El “Soldado desconocido” de la plaza Baquedano, fue un integrante del batallón Cívico de Artillería Naval. Un joven, proveniente del puerto de Valparaíso, criado entre cerros y mar. Su participación en la Guerra del Pacífico finalizó en la batalla de Tacna, contra las fuerzas aliadas de Perú y Bolivia. El pasado 21 de octubre, fue trasladado entre homenajes y honores al mausoleo del Ejército, en el cementerio General de Santiago
“No llore madre…no se esté quitando la vida por mí, haga cuenta que del que tal hijo ha tenido, que yo espero en Dios que hay de volver; nadien muere mientras no se les llegue la hora.” Estas fueron las palabras del soldado Hipólito Gutiérrez, del Regimiento Chillán, hacia su madre al partir al norte en respuesta al llamado de la patria (Pino, 1956).
Cuantas veces habrán sido repetidas frases parecidas en el adiós dado por los soldados chilenos al momento de embarcarse en la aventura de defender a la patria. Es de esperar, que muchas de estas palabras, hayan sido las últimas dadas a sus seres queridos, al caer en el campo de batalla en el lejano norte.
Palabras dadas por valientes soldados que, al caer en combate, no pudieron volver al alero de su hogar en busca del descanso eterno de la cristiana sepultura en cercanías de los suyos, pues las implicancias propias de la guerra hacían imposible el traslado de los miles de fallecidos en defensa de la patria. Es así, que improvisados, pero significativos, cementerios, fueron cubriendo el territorio antes peruano o boliviano, llenando de cruces el desierto y la sierra. Cruces, que muchas veces, no podían llevar un nombre o un indicio de su propietario. Muchos de estos caídos, tampoco pudieron obtener el ceremonial de entierro, pues la dinámica ágil de un conflicto bélico, en terrenos más hostiles aún, derivó en soluciones más ágiles, generándose grandes fosas comunes.
Es así, que casi 10 años después del conflicto, en 1900, el mayor Enrique Phillips Huneeus, incursionó en el Campo de la Alianza, lugar emblemático donde se llevó a cabo la batalla de Tacna, conflicto que cerraría para siempre las puertas de Atacama para los aliados. A casi una década del conflicto, aún estaban intactos los cráteres dejados por los proyectiles de artillería. Dentro de este panorama, que despertó profundos recuerdos en el veterano, una figura llamó su atención, entre la arena y la sal. Fue un cuerpo momificado casi intacto, de un soldado caído.
De esta manera se encontró al Soldado desconocido, un joven chileno, entre los 15 y los 17 años, que fue parte del batallón Cívico de Artillería Naval, “Los Navales” como los mencionaba Jorge Inostrosa en su novela Adiós al Séptimo de Línea. Este batallón, tuvo su nacimiento de Valparaíso en el año 1864, siendo el grueso de sus integrantes pertenecientes al gremio de fleteros y lancheros de cabotaje de Valparaíso. Es así, que podemos suponer, que la identidad del Soldado desconocido, fuera de su genealogía, es la de un joven porteño, criado entre cerros y mar, tan propio de nuestra cultura naval.
El proceso de identificación del soldado estuvo centrado principalmente, en la identidad del uniforme que utilizaba este batallón. Pues el uniforme que utilizaban Los Navales era una blusa negra, en cuyas mangas se diferenciaban unos ángulos rojos. Su pantalón era gris azulado con una doble franja lacre y una característica gorra de marino. De hecho, los oficiales utilizaban uniforme naval de la época. (Armada de Chile, s/f). Durante la batalla de Tacna, fallecieron 29 soldados. Por lo cual, el Soldado desconocido debiese ser uno de ellos.
Luego de encontrar los restos, el mayor Phillips los depositó en un ataúd de madera y los transportó a Santiago, en búsqueda de un lugar digno para ser ubicado. Ese lugar, se dio en el año 1928, cuando se inauguró el monumento al general Baquedano, monumento que no sólo enaltecía la figura del oficial sino que rendía un justo homenaje a los soldados que nos dieron la llave de los fructíferos terrenos nortinos. Es así, que comenzaron las gestiones para concretar el homenaje hacia la memoria de los miles de soldados caídos en combate, perdidos en el norte del país. Tres años después, en 1931, los restos del Soldado desconocido fueron depositados en un “panteón de la patria” en la plaza Baquedano, bajo la premisa de un monumento a todos los miembros del Ejército.
El pasado 21 de octubre, con los honores propios de alguien que rinde su vida por la patria, fueron trasladados los restos del Soldado desconocido hacia el mausoleo del Ejército. Lugar donde sus restos mortales, pueden descansar en paz, rodeados de camaradas y con el reconocimiento que, por derecho, siempre le ha correspondido.
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Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
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