El autor británico Colin Gray, al proponer un ensayo sobre la forma en que Estados Unidos ha enfrentado sus guerras (Mc Ivor; 200; p.28), propone doce características que las fuerzas militares de ese país han mantenido en el tiempo, tales como un enfoque excesivo en el uso de fuegos, la impaciencia, la excelencia de su sistema logístico, entre otras. Existe una, sin embargo, que es atingente al ensayo que a continuación se propone, la de ignorancia cultural, estableciendo que, en general, la visión que ha predominado es la de imponer el sistema de vida norteamericano en todas las campañas realizadas. Lo anterior, con efectos que en su mayoría han sido negativos para la consecución de sus objetivos. Por otra parte, el almirante Haynes (2015; p.5), sostiene que las fuerzas armadas norteamericanas, al aplicar la concepción de eficacia del barón Jomini sobre la guerra, al preferir la utilización de atajos tecnológicos en sus batallas, han dejado de lado la consideración de este instrumento como herramienta de la política, enfocándose en el aspecto puramente militar, previniendo o retrasando de alguna forma la consecución de los objetivos políticos de la guerra.
El presente ensayo pretende demostrar la validez de la necesidad de incorporar tanto en la planificación como en la ejecución de las campañas, en el nivel operacional a organizaciones y agencias gubernamentales y no gubernamentales, con el propósito de lograr una solución integral al problema militar planteado. Para lograr lo anterior, se analizarán textos norteamericanos y británicos, los cuales han ido incorporando en su proceso de planificación las lecciones aprendidas en los últimos conflictos, revisando además las dificultades a las que evidentemente se verá enfrentado el comandante operacional conjunto.
Probablemente si se realizara una encuesta, los comandantes operacionales conjuntos opinarían, mayoritariamente, sobre la conveniencia de mantener la planificación y ejecución de sus operaciones en el plano estrictamente militar; con esto lograrían muchas ventajas, generalmente contenidas dentro de los principios de la guerra, por lo menos los de países occidentales; la realidad, sin embrago, marcha definitivamente en sentido opuesto. Podría asegurase, por lo menos para los conflictos posteriores a la Segunda Guerra Mundial, que en todos se ha afectado al ámbito civil en mayor o menor medida, ya sea en forma directa, como a habitantes de un sector donde ocurren los combates, o en forma indirecta producto de las consecuencias económicas que afectarán al país en cuestión.
La definición de Clausewitz respecto a la naturaleza de la guerra, señala que “…no es un mero acto de una política, sino que un verdadero instrumento de ésta, una dialéctica política llevada a cabo por otros medios” (Jordan et al; 2008; p.283); esto se traduce en que la guerra no es puramente un choque violento de fuerzas militares, sino que involucra impactos sociales, factores culturales, políticos económicos y tecnológicos.
Entonces, si los niveles de conducción político y estratégico están afectados por estos factores, la lógica indica que el nivel operacional también. Al respecto, la doctrina de defensa británica en su quinta edición, incorpora el concepto de Comprehensive Approach* o aproximación integral, donde reconoce la necesidad de incorporar una visión general del problema, ampliándola del ambiente puramente militar, señalando que la resolución de problemas de seguridad por medios militares rara vez tiene éxito, y que sólo mediante el entendimiento integral de cualquier situación o crisis, puede planearse una respuesta apropiada y coordinada, debiendo incorporar al proceso de planificación a otros departamentos del gobierno; organizaciones internacionales; organizaciones no gubernamentales; otros gobiernos; actores privados y comerciales y las poblaciones locales y regionales, entre otros.
Esta visión británica no es única; Milan Vego, en su libro Joint Operational Warfare, señala que la coordinación interagencial es un eslabón crítico entre los instrumentos del poder nacional y, por ende, el comandante operacional conjunto deberá considerarlo como una fuente de poder en su planificación de campañas u operaciones mayores (Vego; 2007; p. IX-72).
Mirado desde otra perspectiva, dentro de los principios de las operaciones conjuntas de las fuerzas armadas de los Estados Unidos de Norteamérica, sobre los cuales debiese basarse toda planificación y conducción operacional, se puede encontrar el principio de unidad de mando (Mc Ivor; 2007; p. 552), señalando que es la autoridad delegada en un único comandante para que todas las fuerzas sean empleadas en forma sincronizada en torno a un objetivo común, enfatizando además, que este comandante cuando se relaciona en operaciones multiagenciales y/o multinacionales, deberá buscar la unidad de esfuerzo y que la coordinación es esencial para lograr la unidad de mando.
Tanto la doctrina británica como la doctrina norteamericana enfatizan la necesidad de actuar coordinadamente entre las fuerzas militares y el resto de las agencias u organizaciones para lograr una respuesta más contundente al problema militar planteado; sin embargo, la realidad del comandante operacional conjunto será probablemente muy diferente; ¿cuál será el correcto balance entre lograr su objetivo principal militar y a su vez intentar coordinar a estas organizaciones?, ¿estarán todas las organizaciones, especialmente aquellas no gubernamentales, dispuestas a cooperar con este comandante?; pareciera ser entonces que esta coordinación actuaría más bien como una interferencia a su misión, distrayéndolo de su principal tarea que es cumplir con el objetivo operacional dispuesto y por tanto parecería lógico que dedicarle tiempo y esfuerzos a estas coordinaciones sería fútil.
A juicio del autor, la lógica anterior no sería correcta por dos motivos principales. En primer lugar, es muy probable que para lograr una condición de paz mejor a la actual, fin último de todo conflicto, tanto el conductor político como el estratégico incorporen la necesidad de interactuar con estas agencias y organizaciones con el propósito de lograr esta aproximación integral descrita por el Reino Unido y, en segundo lugar, la misma naturaleza del conflicto orientará al conductor operacional a identificar cuál de todos los actores mencionados es vital para lograr el Estado Final Deseado (EFD), generando entonces una priorización en el esfuerzo que dicho comandante deberá considerar al momento de decidir qué organización o agencia le permitirá alcanzar de mejor forma sus objetivos, logrando de esta manera un grado de coordinación e idealmente cooperación entre estos actores, con el propósito de presentar una respuesta más potente al problema militar planteado.
Un segundo factor que es relevante para la planificación y ejecución, se refiere a la primacía del servicio, es decir, quien coopera a quien. La doctrina conjunta británica establece tres tipos de escenarios, uno donde el instrumento militar actúa sólo (A), otro donde actúa en cooperación menor con otros departamentos de gobierno como parte de una operación interinstitucional (B) y finalmente otro donde las agencias actúan en forma integrada y coordinada bajo un mando común y un plan unificado (C). Mientras que los tres modelos conciben una estrategia nacional única, la planificación militar puede ser desarrollada en forma aislada de otras agencias (A), o en coordinación con estas (B); o bien subordinada a una estrategia acordada por el gobierno* (C).
Vego (2007; p. IX-72) por su parte, establece que para poder planificar correctamente operaciones integradas con otras agencias, se requiere comprender el ethos de cada una de estas, determinar la jerarquía que tendrán dentro de la planificación y acotar sus responsabilidades en caso de una operación.
Si bien pareciera que esta jerarquización o primacía de servicio es un obstáculo al momento de planificar y ejecutar operaciones, además de hacer más complejo el proceso, lo cierto es que, de acuerdo a la experiencia operacional obtenida tanto por el Reino Unido como por Estados Unidos, es necesario adoptar este sistema de aproximación integral ya sea para operaciones militares complejas, donde el comandante operacional conjunto deba liderar a estas agencias y organizaciones, como en aquellos escenarios donde el mismo comandante actúe en apoyo de alguna agencia que esté liderando una actividad.
Finalmente, si bien nuestro país puede contar con pocas oportunidades para probar en terreno estas relaciones, desafíos como el incendio de Valparaíso el año 2013 o el aluvión en Chañaral, entre otros, permiten al comandante operacional obtener experiencias de este tipo de relaciones de manera que sean paulatinamente incorporadas como lecciones aprendidas en las publicaciones y doctrinas nacionales.
La inclusión de las relaciones interagenciales e interorganizacionales en la planificación y conducción de las operaciones, por parte del comandante operacional conjunto, resulta hoy imprescindible, sobre todo si éste desea que su estado final deseado se encuentre alineado y contribuya al EFD del nivel estratégico y político, logrando una solución integral al problema. La visión británica, sumada a las experiencias nacionales que puedan ser obtenidas de operaciones entre militares y estas agencias y/u organizaciones, sirven para ser incorporadas en las doctrinas nacionales como lecciones aprendidas y de esa forma lograr el nivel de cooperación necesario en tiempo de paz para poder aplicarlo exitosamente en conflicto, en caso este se presente.
Versión PDF
Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
Inicie sesión con su cuenta de suscriptor para comentar.-