Revista de Marina
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Tarde o temprano EE.UU. perderá la hegemonía económica mundial a manos de China. El  advenimiento de esta nueva súper potencia es una excepcional oportunidad para todos aquellos países y empresas multinacionales que tengan la visión de aprovecharla. Alimentar China debiera ser el gran desafío de las economías emergentes como la nuestra.

Es realmente notable lo que acontece en China, el mundo ha tenido vaivenes políticos y económicos que este país observa y, de acuerdo con la centenaria filosofía de los maestros de la estrategia, utiliza para su beneficio; sin generar mayores conflictos y siempre pregonando el concepto de la cooperación, el cual puede ser entendido de variadas formas, pero el más recurrente es el intercambio comercial.

El sistema político chino ha transformado al país en una aplanadora económica. A diferencia de la ex Unión Soviética que, al rendirse ante las nefastas consecuencias del comunismo debió construir un país casi desde cero en base a los conceptos del capitalismo; Deng Xiaoping fue más sagaz y en vez de borrar todos los vestigios dictatoriales para edificar una nueva nación, mantuvo el control de su pueblo, pero abrió la economía. Avance que no solo trajo beneficios al país y a su gente, sino que lo transformó en una potencia y en el motor industrial y comercial de casi todas las naciones del orbe.

Lo más brillante de esta administración es la planificación en todos los ámbitos de la gestión gubernamental, trabajo que permite que el desarrollo –en forma ordenada– siga los pasos proyectados, en los tiempos acordados y que en forma gradual vaya llegando a todo el pueblo chino.

Al no contar con una democracia, China evade los problemas normales de esa forma de gobierno, acelera procesos y se mantiene siempre a la vanguardia con una mirada estratégica que va mucho más allá de los limitados tiempos de las coaliciones gobernantes de occidente.

Por lo que se percibe, lo más impresionante de todo es que por lo menos el pueblo está convencido, admira a sus líderes, los respeta y apoya.

Los actos de corrupción son aplacados con la mayor severidad con el objeto de evitar que se produzcan asonadas protestas e ilícitos enriquecimientos, lo que ha significado que el poder establecido se consolide y mantenga un frente interno sin mayores complicaciones.

Occidente, que ha evolucionado a través de vaivenes políticos y económicos de consideración, ha quedado a merced de esta potencia, que aprovechando las desavenientes coyunturas internas, ha llenado los vacíos existentes para incrementar su poder e influencia. El cono sur está lleno de estos ejemplos, Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia y hasta Argentina se han visto hipnotizadas por las promesas de flujo dólar a cambio de prebendas comerciales o estratégicas.

La victoria de Donald Trump no es más que el fiel reflejo de esta situación, en donde la mayor economía del mundo se bate ante la peor de las situaciones que una democracia puede tener: la incertidumbre.

El futuro está marcado por este concepto; sin embargo, y sin temor a equivocación, se puede inferir que la preponderancia que tomará China en el futuro será cada vez mayor. Sin ninguna señal de cambio en su estructura política, junto con una avasalladora economía y con los recursos económicos para invertir en donde sea, con quien sea y cuando sea; con una enorme organización militar y en continuo desarrollo (en donde el mayor avance se ha puesto en su Armada y su proyección marítima); con un peso internacional que le permite darse el lujo de desestimar la Corte Penal Internacional sin tener ningún tipo de sanciones; los años venideros seguramente tendrán al mundo bajo la gravitación oriental.

Esta particular forma de gobierno – sin considerar el perjuicio a las libertades individuales – ha sido extremadamente eficiente y no sería de extrañar que el modelo se extienda en un futuro no tan lejano. Hay que tomar en cuenta que la designación comunista no es más que eso, una denominación. Un sistema en donde fue desconocida la revolución proletaria y la lucha de clases y que vive el capitalismo en su máxima y más despiadada expresión no puede tener ese apelativo. Quizás las características chinas son las que hacen la diferencia, pero solo en los aspectos políticos y procedimentales de la administración.

¿Qué se puede esperar?, las elucubraciones son muchas; pero considerando que la cantidad de sus inversiones en el mundo son tan grandes; que el número de personas que sale de la pobreza se mantiene constante en el tiempo y la cantidad de ellas que, solo en el transcurso de una generación, se han transformado en millonarios, billonarios y hasta trillonarios!!!; que la mano de obra china día a día se encarece debido al desarrollo y que existen todavía muchísimos países en donde las rentabilidades pueden ser notablemente onerosas; lo más probable es que el flujo externo de capitales se incremente notablemente. Estos recursos, suficientes para hacer que naciones medianas salgan de sus reveses, pueden ser el punto de inflexión entre la modernización de las democracias o el dramático giro a regímenes totalitarios más acordes con las políticas orientales.

¿Se debe temer a China?

Para los que conocen esta cultura, es fácil determinar que los chinos en general son un pueblo sumamente pacífico, que han sufrido mucho en su devenir histórico y que las huellas de esos procesos perduran aún en las actuales generaciones. Que el hecho de generar riquezas para ellos es parte de la supervivencia de sus hijos y de las generaciones venideras. La idea de expandir su influencia territorial y política para ellos es un concepto nuevo, que no está enquistado en sus genes, la historia ha sido muy clara al respecto y las guerras del opio y de los bóxers, entre múltiples otros conflictos, son el mejor de los ejemplos.

Los gobernantes chinos han evolucionado considerablemente, a medida que pasan los años el advenimiento de generaciones que rejuvenecen los liderazgos ha permitido que visiones diferentes y más acordes con las costumbres de occidente sean parte de la vida y del desarrollo de la sociedad. De la misma manera que la transformación económica, post revolución cultural, vino de la mano del más liberal de los chinos –que había sido educado en Europa– las progenies actuales, que a raudales se educan en las mejores universidades del planeta, han enriquecido su perspectiva del futuro y del mundo.

El relevo del actual Secretario General probablemente será un hombre más joven, con una visión internacional quizás mucho más amplia que la de sus predecesores y será el responsable de administrar un período coyuntural decisivo en la historia de China. Tanto los avances tecnológicos como la facilidad de movimiento en el mundo han creado una sociedad mucho más permeable a los cambios y a las nuevas tendencias sociales. Eso debe ser considerado en el futuro, ya que los tiempos venideros conllevarán diferentes desafíos, deberes y también derechos, en todo lo amplio del concepto. Abrirse aún más o conservar el estilo actual será la dura decisión de los próximos dirigentes.

Tarde o temprano Estados Unidos perderá la hegemonía económica del mundo a manos de China, Trump lo sabe y debe trabajar para que ese proceso se dilate, no obstante, como los propios negocios del nuevo presidente lo han demostrado, las oportunidades comerciales se alejan de Norteamérica y se acotan al oriente.

Pero hay un aspecto muy importante e interesante de mencionar. Si bien los americanos perderán el control económico, sus políticas sociales y de libertad -que se esparcen mediáticamente como reguero de pólvora en la televisión y redes sociales y que son parte de la cultura estadounidense- han generado una influencia notable en las nuevas generaciones. Los chinos se visten y quieren ser cada día más parecidos a los occidentales, escuchan su música, comen su comida, se visten como ellos y hablan sus idiomas. Si hace unos años era difícil encontrar un chino que hablase una lengua extranjera, hoy en día la mayoría de los jóvenes son capaces de desenvolverse principalmente en inglés y en menor medida español y otros dialectos. Esto da un indicio de la capacidad de proyección a la que este pueblo ha llegado y además de la influencia a la que ha sido afecta.

El concepto insospechado es el que más le acomoda a la sociedad china, el progreso ha generado condiciones de vida que las generaciones anteriores ni siquiera hubiesen vislumbrado.

El futuro

Lo que viene continúa siendo presa de la incertidumbre, el mundo fue dominado durante muchas décadas y centurias por una serie de potencias, los imperios romanos, español, inglés y norteamericano gobernaron a su voluntad el globo y no es de extrañar – la posibilidad es muy alta – de que la próxima hegemonía sea china.

¿Cómo será esa influencia? Nadie lo sabe, ni siquiera los mismos chinos. El desarrollo ha sido tan vertiginoso, que los sueños generacionales fueron largamente superados en el tiempo y la realidad ha sobrepasado las limitadas expectativas del pueblo, el cual solo esperaba una sociedad medianamente acomodada. No obstante, el devenir de los conflictos actuales podrá dar indicios de cómo vendrá la mano. El conflicto en el mar del sur de China es el más fiel reflejo de ello: las características pacíficas de este pueblo han prevalecido por sobre todos los ataques y presiones internacionales; sin embargo, y con mucha paciencia logró que Filipinas, que lo había denunciado a la Corte de la Haya, se cambiara de bando y renunciara en forma casi despectiva al influjo norteamericano. China es experta en el manejo político de estrategias indirectas, y si estas no dan resultado en el tiempo esperado, lo darán en el futuro. La dimensión temporal nunca ha sido un problema para ellos.

¿Qué pasará al sur del río Grande?

El advenimiento de esta nueva súper potencia es una excepcional oportunidad para todos aquellos países y empresas multinacionales que tengan la visión de aprovecharla. Las coyunturas que Chile pierda durante este histórico período probablemente no se repetirán. Una mirada cortoplacista, inherente a las democracias latinoamericanas, lo único que logrará es evitar relacionarse íntimamente con la región que rápidamente deja de ser parte del tercer mundo para, a pasos agigantados, ser parte del primero.

Este análisis es muy interesante ya que en la mayoría países, incluyendo Venezuela, Cuba y aquellos que aún no reconocen a la República Popular China, el panorama es relativamente similar: el desconocimiento de lo que representa este gigante es generalizado, todos creen tener una idea a partir de lo que aparece en los medios, más en el fondo existen vagas percepciones de lo que significa este desarrollo. Probablemente es mirado con los ojos de alguien que observa el enriquecimiento de entes desconocidos y al que no se le pasa por la mente que puede llegar a ser parte integrante del círculo virtuoso de esa riqueza.

¿Cómo ser parte de este desarrollo?

Hay entidades – privadas y públicas – de continentes tan diversos como Asia, Norteamérica e incluso África, que han hecho usufructo de estas prebendas y son el destino habitual de la manufactura a bajo costo y además son parte de los  exportadores de las materias primas que a raudales se requieren; y que por los grandes intereses que este país significa  conservan importantes legaciones diplomáticas y financieras que los mantienen informados de las oportunidades,  tendencias económicas y su injerencia en las políticas empresariales de sus respectivos países.

Chile no está ajeno a este fenómeno, pero a diferencia de otras naciones, las empresas privadas han tomado iniciativas de comercialización y han logrado éxitos notables; los vinos, cerezas y paltas son algunos ejemplos de lo que significa este intercambio.

Las oportunidades siguen siendo enormes: China necesita sostener diariamente a 1.400 millones de personas, pero con un territorio donde solo el 7% es cultivable, el cual a su vez está afecto a la fuerte contaminación ambiental y desertificación. Alimentar China debiera ser el gran desafío de las economías emergentes.

Por otro lado, las entidades públicas nacionales, pudiendo aprovechar una serie de beneficios, han dejado pasar el tiempo en desmedro de otras naciones que ya han dado los primeros pasos en inversión de infraestructura de alta gama. La industria ferroviaria y energética china, por poner un ejemplo, están a la vanguardia de la tecnología mundial y con precios  notablemente más convenientes que los de sus pares europeos o norteamericanos. Aquí la política estatal china deja ver sus diferencias comparativas. Mientras en el antiguo continente los precios de los productos están afectos a una serie de impuestos, normalmente por un origen social, en China eso no existe por el momento; lo que en el tiempo abarata en forma notable todo lo que tiene ese origen. Pero esto no será eterno, finalmente quizás en una década más los influjos liberales norteamericanos ya comentados se harán sentir también en las políticas públicas y privadas, encareciendo la mano de obra y con ello la manufactura. Los que no se subieron al carro antes, pagarán un precio bastante más caro si lo hacen después.

Tomando en cuenta la nueva conducción política de los Estados Unidos, en donde el énfasis está y estará puesto en el desarrollo interno y de su economía, lo más probable es que al desahuciar los tratados de comercio en ciernes, el resto de América presente un vacío de inversiones que China estará dispuesto a satisfacer. Se ve difícil que se presente otra oportunidad como esta.

El futuro estará íntimamente ligado al desarrollo de este gigante; mas, si bien el cono sur miraría con absoluto desprecio y preocupación una ola de inmigración china, por otro lado está muy interesado en el flujo de inversiones que les permita cumplir con los proyectos de los programas gubernamentales que fundamentaron el ascenso al poder de los respectivos gobiernos. Esta dicotomía la conoce el pueblo chino, trata de vencer esas aprehensiones y en forma humilde pero firme, genera las condiciones para que tarde o temprano esas puertas se abran.

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