A 130 años de uno de los acontecimientos más oscuros de nuestra historia, cual es la revolución de 1891, se explica con hechos históricos y actuales como el desplazamiento en la percepción de la realidad en un conflicto armado, que nos propone Lawrence Leshan en su obra La psicología de la guerra, se produce exactamente de la misma forma en una guerra civil o conflicto interno.
130 years after one of Chile´s darkest events in history, the revolution of 1891, this article, as presented by Lawrence Leshan in his work “The Psychology of War”, explains with historical and current facts, how the shift in the perception of reality in an armed conflict occurs in exactly the same way in a civil war or internal conflict.
En el siguiente párrafo, el psicólogo Lawrence Leshan, nos plantea la forma mítica con la que enfrentamos la realidad de una guerra, en lo relacionado a cómo vemos a nuestros adversarios y a nosotros mismos, planteamiento que incluso suena lógico desde la perspectiva de una guerra contra otro estado, pero ¿Qué sucede al tratarse de una guerra civil, situación en la cual el demonio de la realidad mítica puede estar en nuestras propias filas o incluso familias?
Al comienzo de cada guerra... precipitadamente resituamos a nuestro enemigo en una imagen demoníaca; entonces, como se trata del diablo, podemos ponernos en marcha sin los incómodos cuestionamientos espirituales que la guerra provoca. Ya no tenemos que enfrentar el hecho de estar matando a personas iguales a nosotros. Afirmación muy cierta, que olvida sin embargo un aspecto esencial. Lo “demoníaco” sólo puede encajar en una “realidad mítica”, propia de tiempos de guerra. No tenemos espacio o paciencia para esa noción en nuestra “realidad sensorial” cotidiana, la realidad en que vivimos, (en tiempos de paz), la mayoría de nuestras vidas (Leshan, 1992).
En este breve artículo, el autor tratará de indicar, cómo esa realidad mítica de la guerra que plantea Leshan, para el caso de un conflicto interno de un país, ocurre exactamente de la misma forma, tanto así, que se llega al extremo de una guerra civil, situación que le ocurrió a nuestro país el año 1891, durante el gobierno del presidente José Manuel Balmaceda, guerra civil en la que murieron alrededor de 10.000 personas, en un Chile que no superaba los 2.500.0000 habitantes.
Para contextualizar, se tratará de explicar, de la manera más sucinta y objetiva posible, como era el Chile de fines del siglo XIX.
Nuestro país gozaba de haber sido vencedor en la Guerra del Pacífico, y con esto, la incorporación de las provincias de Antofagasta y Tarapacá, ambas de considerable actividad comercial y por sobre todo minera, lo que sumado al auge del salitre, hicieron de Chile un país rico y próspero, pero con un crecimiento que no fue armonioso en todas las áreas, las arcas fiscales crecían y se expandían los servicios públicos como nunca antes, pero extremadamente dependientes del salitre, intensificándose nuestra condición de país monocultor. El presidente Balmaceda asumía su mandato el año 1886, representando al lado menos conservador de los liberales, con un plan de gobierno ambicioso como nunca había tenido nuestro país, centrado en la industrialización, las obras públicas, la educación, la salud y la descentralización. En el plano político, aspiraba a la unión de los liberales, que eran mayoría absoluta en el Senado y la Cámara, pero que no eran del todo leales a su gobierno. A pesar de que él había sido de los que postulaban el restar poder al Ejecutivo, el poder que le dio como presidente el dinero del salitre, lo llevó a ejercer un presidencialismo puro, lo que tuvo como consecuencia dejar de lado al Congreso. Famosos son sus viajes presidenciales, recorriendo este nuevo Chile, que ahora integraba las regiones de Tarapacá, Antofagasta, la Araucanía y anexaba a la Isla de Pascua, viajes que al principio fueron muy bien evaluados por la opinión pública, dada la nueva forma de hacer política al lado del pueblo, pero que con el tiempo se transformaron en contraproducentes. No contaba con el beneplácito de la Iglesia, dado que como ministro del Interior del Gobierno del presidente Domingo Santa María, había impulsado las denominadas Leyes Laicas, que restaron poder civil al clero.
A medida que avanzaba su mandato presidencial, la opinión pública fue cambiando de percepción con respecto a él y su gobierno. Lo que inicialmente parecía bueno, ahora, no lo era tanto. En sus primeros viajes a provincia era recibido con honores y vítores, pues no sólo era una visita del presidente, (cosa nunca había ocurrido en Chile), sino que además, traía soluciones concretas, (el poder del dinero), ante lo cual después fue acusado de comprar voluntades, que como bien sabemos es el trabajo de cualquier político. Tal vez los más críticos fueron los propios parlamentarios, un congreso oligárquico que veía como las riquezas del salitre estaban siendo malgastadas en obras públicas que no servían para nada, con una descentralización que se llevaba gran parte del dinero fuera de Santiago. Opinaban que el Presidencialismo había pervertido al sistema Republicano y que incluso se veía amenazada la democracia. Esto llevó al Congreso a iniciar una serie de acusaciones constitucionales en contra de los ministros del gobierno, lo que llevó a lo que hoy conocemos como rotativas ministeriales, (14 cambios de gabinete), y a producir un descontento generalizado en la opinión pública, al menos en la zona central.
Rafael Sagredo, Doctor en Historia, resume lo anterior de la siguiente manera:
"La dramática devaluación de la imagen pública de la figura presidencial, hasta transformarla en un obstáculo para la existencia republicana del país. Y, por otra, en la polarización de la sociedad, su división en bandos irreconciliables que en su disputa por una primacía que no se resuelve políticamente, finalmente, llevan al uso de la violencia en su afán por imponerse el uno sobre otro" (Sagredo, 2001).
Como es de suponer, el presidente Balmaceda y todo lo que gira a su alrededor, incluido lo relacionado con la revolución del 1891, es controversial hasta hoy, y gran parte de ello debido a esa realidad mítica que nos propone Leshan. El Doctor en Historia Hernán Ramírez Necochea, en su libro Balmaceda y la Contrarevolución, tal vez su única obra sin su marcado sesgo ideológico comunista, plantea que lo revolucionario era todo lo que quería y hacía en su gobierno el presidente Balmaceda, y que la “mal llamada revolución del 91”, es en realidad la “contrarrevolución” de la oligarquía a la verdadera revolución que estaba llevando a cabo el gobierno.
Para fundamentar el hecho de que en una guerra civil también ocurre un desplazamiento en la percepción de la realidad, emplearé dos hitos relevantes de la revolución de 1891, la denominada Masacre de Lo Cañas y la Sublevación de la Escuadra.
En lo relacionado a la Marina, este párrafo del Manifiesto del Congreso a bordo de la Escuadra es significativo:
"Valparaíso, enero 6 de 1891.- El Presidente de la República, ha declarado que no pudiendo gobernar de acuerdo el Congreso, como la Constitución lo ordena y como lo han hecho todos sus antecesores, ha resuelto mantener las fuerzas de mar y hacer los gastos públicos sin ley de presupuestos. De este modo y por vez primera en Chile, se ha colocado fuera del régimen constitucional, renunciando a la autoridad legítima de que estaba investido, asumiendo un poder personal y arbitrario que no tiene otro origen que su voluntad, ni otros límites que aquellos que los acontecimientos puedan señalarle. En tan grave emergencia, al Congreso Nacional corresponde tomar a su cargo la defensa de la Constitución y adoptar todas las medidas que las circunstancias exijan para establecer su imperio (www.memoriachilena.gob.cl/602/s3-article-95827.html),
Como respuesta a lo anterior, el presidente Balmaceda, realizó una proclama pública:
¡Al Ejército, la Patria está en peligro!, treinta años de orden público que habrían dado a Chile progreso en el interior y crédito sin mancilla en el exterior ha sido bruscamente interrumpido por la sublevación de una parte de la Armada. El Congreso que inició la obra revolucionaria con la perturbación de los servicios públicos, con el aplazamiento de las leyes sobre las que descansa la sociedad chilena y con la propaganda constante contra el prestigio de las autoridades constituidas, la ha consumado con el apoyo de jefes y oficiales de la Escuadra que en un arrebato de delirio han arrojado negras sombras a su historia, a sus tradiciones gloriosas, a su deber y a su disciplina. En presencia de esta rebelión de parte de las fuerzas destinadas a la tranquilidad pública y al sostenimiento de la honra nacional, tengo que hacer cumplir la Constitución con inflexible energía (www.memoriachilena.gob.cl./602/s3-article-97027.html).
Estos extractos de documentos públicos expresan dos formas en extremo opuestas de ver ese momento histórico, ambos basados en una realidad sensorial común, que es la carta fundamental de 1833, pero con percepciones de esta realidad completamente diferentes, tal vez no llegando al plano mítico que señala Leshan, pero a esa altura de la crisis, irreconciliables, y que venían de los dos poderes del Estado que por lo que representan, debían ser lo más racionales o sensoriales posible.
El otro hito relevante, tal vez el más mítico de la guerra civil de 1891, es la denominada matanza o masacre de Lo Cañas. A mediados de 1891 los congresistas decidieron cortar la comunicación ferroviaria y telegráfica utilizada por los presidencialistas, para lo cual debían derrumbar los puentes del Maipo y Angostura ubicados en el acceso sur de Santiago. La fecha se fijó para el 19 de agosto y la tarea fue dada a un grupo de jóvenes aristócratas y algunos artesanos, ninguno de los cuales tenía formación militar. Se reunieron unos 100 hombres, en la actual comuna de La Florida, al interior el fundo Lo Cañas, propiedad del líder conservador Carlos Walker Martínez. La noche del 18 de agosto, el Ejército (Balmacedista), a esa fecha profesionalizado post Guerra del Pacífico, atacó a este centenar de revolucionarios, y dada la disparidad de fuerzas, el combate tuvo más tintes de masacre, que de enfrentamiento bélico regular. Los sobrevivientes fueron perseguidos, detenidos y asesinados (www.archivonacional.gob.cl/616/w3-article-8088.html?_noredirect=1). &n; Esto aumentó el odio y la imposibilidad de abandonar las posiciones de ambos bandos. Después de Lo Cañas, vendría el combate de Concón, el 21 de agosto, y la batalla de Placilla el 28 de agosto, que dieron la victoria definitiva a los Congresistas y el 19 de septiembre la muerte del presidente Balmaceda.
En los dos párrafos siguientes, relacionados con lo sucedido en Lo Cañas, escritos el primero el año 2017 y el segundo el año 1892, queda de manifiesto ese demonizar al enemigo, del que nos habla Leshan cuando describe la realidad mítica de la guerra:
El Ejército Balmacedista al mando del Comandante General de Armas del Ejército Chileno, Orozimbo Barbosa, el más despiadado y sanguinario militar que existiese en ese entonces. Fue él quien ordenó el ataque en Lo Cañas y lo dirigió atento desde Santiago. Al mando del ataque puso al comandante Alejo San Martín, otro sádico demente (http://historiasecretapanul.blogspot.com/2017/09/la-matanza-de-lo-canas.html).
Los anales de la historia no recuerdan actos de crueldad y salvajismo semejantes como los que allí se ejecutaron en contra de más de cuarenta jóvenes de las más distinguidas familias de Santiago. Aún entre las tribus bárbaras no se ha visto nunca lo que con aquella flor de la juventud santiaguina se hizo por orden de Balmaceda (Olivos, 1892).
Por el contrario, la prensa Balmacedista, catalogó el mismo hecho como un “juego de los niños ricos tratando de sublevarse, ante lo cual habían recibido su merecido”. El diario La Nación, en su editorial del día siguiente a los acontecimientos de lo Cañas, publicó:
Ya basta de farsas. Todo les ha fracasado y el pueblo les ha vuelto la espalda, no aumenten la enorme responsabilidad del crimen que han de pagar con sangre. Si aún se encuentran capaces de sentir valor, preséntense de una vez al combate, pero no llenando el mundo con sus fanfarronerías y mentiras (La Nación, 19.ago.1891).
Nuevamente dos percepciones diferentes y en extremo opuestas, que nos hablan de realidades míticas entre personas de un mismo país, muchos del mismo partido político, (liberales), pero completamente polarizados en su pensar y actuar por la disputa del poder.
Un aspecto difícil de entender el día de hoy, desde el punto de vista de las distintas percepciones, es que el presidente Balmaceda, tenía una visión marítima más que destacable y estaba convencido de la vital importancia de la Escuadra para nuestro país. En uno de sus discursos señaló: “Necesitamos en Chile una Escuadra digna de ese nombre, que nos mantenga en el puesto de honor y de confianza que hemos conquistado en el Pacífico. Ningún gobierno medianamente previsor podrá olvidarse de que nuestro porvenir está en el mar” (Ángulo, 1985).
Razón por la cual resulta paradojal un quiebre institucional entre el presidente y el Congreso, estando este último apoyado por gran parte de la Armada, cuando la Escuadra chilena era la más poderosa del Pacífico Oriental y la economía nacional auguraba tiempos de vacas gordas como no los hubo jamás (Román, Revista de Marina 4/2016).
El desplazamiento en la percepción de la realidad, podemos relacionarlo con la trinidad de Clausewitz de la siguiente manera, ya que lo que él postula es que la guerra constituye una trinidad integrada por el odio, la enemistad y la violencia primigenia de su especie; el azar y las probabilidades, y el carácter del instrumento político. El primer elemento está relacionado con la emoción, (Pueblo), el segundo con la genialidad, (Ejército), y el tercero con la razón (Gobierno) (Clausewitz, s.f.). Si bien podemos asociar la emoción a la realidad mítica y la razón a la sensorial, la relación principal entre los tres elementos de la trinidad que define la naturaleza de la guerra según Clausewitz, con la percepción de la realidad, es la naturaleza humana, que nunca va a ser del todo imparcial, siempre va a estar influenciada por alguna cuota de poder, sin importar del tipo que este sea. Dado lo anterior, es que las distintas percepciones que se tengan de una guerra en particular vienen con ella desde su naturaleza. Si a lo anterior le sumamos que la guerra es un fenómeno eminentemente político, un conflicto revolucionario interno que derive en una guerra civil, sería la guerra por excelencia (Brieba, Revista de Marina 6/2004). A sabiendas de que en una guerra o conflicto, el valor del objetivo determinará la magnitud del esfuerzo, la interrogante es si para el caso de una guerra civil cualquiera y en particular el caso de nuestro país en 1891 ¿Se valoró la importancia de los objetivos?, y si es que se hizo, ¿esta valoración se realizó desde la realidad mítica o la sensorial? A juicio del autor, los 10.000 muertos, el descalabro económico y social de un país que venía creciendo como nunca y la polarización, la inestabilidad y los vicios políticos de los años del parlamentarismo, fueron un esfuerzo que está muy por sobre el valor sensorial de los objetivos políticos en disputa.
Sin el afán de hacer juicios políticos de la contingencia nacional en relación al mal llamado estallido social, apaciguado y disminuido significativamente en intensidad por la pandemia de COVID-19, sumado a lo que vemos a diario en la macro zona sur de nuestro país, como consecuencia del narcoterrorismo instalado en la zona, pareciera ser que la polarización actual del país es un excelente ejemplo del desplazamiento de la percepción de la realidad en un conflicto interno, que esperemos no llegue más allá. El grupo delictual, vandálico y anarquista autodenominado primera línea, es visto por un sector como verdaderos héroes que cuidan al pueblo de la represión del Estado durante manifestaciones pacíficas, alcanzando un nivel de miticidad que, desde el punto de vista racional, cuesta creer que existan personas completamente convencidas de esto.
Las distintas percepciones míticas de la realidad sensorial planteadas en el presente trabajo, utilizando hechos históricos relacionados con la Revolución de 1891, guerra civil que llevó a enfrentar chilenos entre sí, la relación con la trinidad de Clausewitz y un ejemplo actual, confirman que el planteamiento del psicólogo Lawrance Leshan, con respecto al cambio de percepción de la realidad sensorial por una realidad mítica que ocurre en una guerra, para el caso de una guerra civil o conflicto interno, ocurre exactamente de la misma forma. El mejor ejemplo de esto es el hecho de que efectivamente existan las guerras civiles y, en este caso particular, la ocurrencia de la de 1891”. Finalmente, he de expresar que lo trascendental es aprender de nuestra historia de la forma más racional y menos sensorial posible, simplemente con el objeto de no cometer los mismos errores.
&&&&&&&&&&
El transporte Casma, adquirido por el presidente Balmaceda para la guerra civil, tuvo problemas para que la Armada lo aceptara, después sirvió en Ecuador y fue la cuna de la Escuela Naval de ese país, ayudó a las víctimas del terremoto de Valparaíso de 1906; su regreso a Chile fue escenario de la muerte de un grupo de cadetes navales y su naufragio fue conocido por el intrépido viaje de uno de sus oficiales.
Versión PDF
Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
Inicie sesión con su cuenta de suscriptor para comentar.-