- Published at: 11/12/2018.
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Como antiguo lector de esta prestigiosa revista, quisiera brevemente referirme a lo que ha sido el tema central de las diferentes ediciones del presente año, es decir aunarme a la conmemoración de una efeméride tan importante como es el bicentenario de la Armada de Chile y contribuir modestamente con algunos aportes, a manera de saludo y reflexión, desde mi perspectiva de oficial de la Marina de Guerra del Perú.
El Perú y Chile han tenido durante estos doscientos años de vida republicana una historia a lo largo de la cual se han vivido, como suele suceder entre los países -en especial entre aquellos que son contiguos- momentos de cooperación y, lamentablemente, también de confrontación. Siendo que el mar ha sido desde siempre el medio privilegiado de nuestro contacto, es natural que esto también se haya presentado en la esfera naval, y es la cooperación en dicho ámbito lo que quiero resaltar en esta oportunidad.
La independencia peruana fue un largo proceso en el cual la joven Armada chilena participó activamente tanto durante las campañas conducidas por Lord Cochrane, como en las operaciones que siguieron luego que se estableciera el gobierno del Perú y se crease la marina peruana republicana bajo el liderazgo del vicealmirante Guise. Las acciones navales llevadas a cabo entre 1820 y 1826 implicaron el concurso de hombres y naves de ambos países, contribuyendo decididamente a sellar con éxito el referido proceso emancipador. No fueron pocos los marinos de origen chileno que sirvieron en esta etapa auroral de la Armada Peruana, destacando entre ellos Carlos García del Postigo Bulnes, quien se distinguió al servicio de ambas marinas, llegando a ser contralmirante en la peruana. Es del caso recordar también el paso, aunque corto, pero no menos importante, de uno de los padres fundadores de la marina chilena, el contralmirante Manuel Blanco Encalada, como comandante provisorio de la escuadra peruana y del mariscal de campo de Chile Luis de la Cruz como Director de Marina del Estado del Perú durante el gobierno del general José de San Martín. El contralmirante Eugenio Cortés y Azúa, así como el capitán de navío José María Salcedo son otros dos ejemplos de esta temprana comunión humana entre nuestras Armadas.
Las tempestades propias de las décadas iniciales de vida independiente no impidieron que se mantuvieran vivos estos lazos de cooperación, los que facilitaron conformar una división naval aliada en 1866, que enfrentó con éxito a las fuerzas españolas que intentaron neutralizarla en Abtao, el 7 de febrero del mismo año. Cuenta la tradición que la corbeta Unión, participante en dicha acción al mando de don Miguel Grau, llevara a manera de mascarón de proa una alegoría que unía los escudos nacionales del Perú y de Chile. Dicha cooperación se mantuvo en los meses siguientes, cuando las principales naves peruanas permanecieron en Valparaíso preparándose para una frustrada operación combinada hacia las Filipinas.
Aún en el fragor de la Guerra del Pacífico, las relaciones que se habían labrado entre los hombres de mar peruanos y chilenos, particularmente durante el conflicto con España, se pusieron nuevamente de manifiesto. En gran medida, los combatientes de uno y otro lado se conocían personalmente, y en algunos casos había estrechos vínculos familiares entre ellos. Tal fue el caso del contralmirante Miguel Grau y el capitán de navío Óscar Viel, concuñados al estar casados con dos hermanas Cabero; o el de los varios De la Haza que servían en la Armada Peruana y su pariente cercano, el capitán de corbeta Carlos Condell de la Haza. No es de extrañar entonces que el más célebre héroe naval peruano -como lo atestigua su herencia epistolar- considerase a esta guerra como fratricida, es decir una lucha entre hermanos.
Tras el tratado de 1929 se restablecieron las relaciones entre ambas armadas, y en 1930 la escuadra peruana visitó Valparaíso, donde nuestros buques y sus dotaciones fueron atendidos con muestras de aprecio por sus colegas de armas y la población chilena; inaugurando así una nueva etapa que marcó un siglo XX caracterizado por muchas instancias de colaboración, intercambio profesional y buena vecindad entre ambas instituciones navales. En esta etapa podemos resaltar, como ejemplos de cooperación en momentos de tragedia, el terrible incendio del buque escuela chileno Lautaro en 1945, en que la Armada peruana apoyó de la mejor manera posible a los sobrevivientes; también destacable fue el envío de un buque peruano llevando ayuda en apoyo a los damnificados por el mega terremoto de Valdivia en 1960.
Hoy en día el mundo se encuentra viviendo lo que muchos ya se refieren como la era del Pacífico; nuestros países, lejos de ser ajenos a este proceso, han decidido enfrentarlo juntos, colaborando y complementándose a través de diversos mecanismos de coordinación y cooperación, entre los que sobresale, como paradigma de versatilidad para la integración regional, la Alianza del Pacífico. Las armadas, siempre pioneras y acostumbradas a mirar más allá del horizonte y trabajaren equipos multinacionales, tienen sin duda un importante rol en este dinámico y amplio espacio oceánico. La Armada de Chile y la Marina de Guerra del Perú, instituciones profesionales, orgullosas de sus tradiciones y de sólido oficio marinero, han demostrado las competencias necesarias para acometer este emprendimiento. Su destino es navegar juntas y con rumbo firme en pos de los intereses marítimos comunes de nuestros países.
Así como lo fue en importantes momentos históricos de los dos siglos precedentes, en los años venideros, la imagen, esperemos cotidiana, de grupos de tarea combinados, cumpliendo misiones con el sol radiante y la estrella solitaria, inseparablemente hermanados en la mar, serán los signos de estos nuevos tiempos. No se espera menos de los herederos del legado de Prat y de Grau.
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