By JAVIER LÜTTECKE BARRIENTOS
Cuando el 17 de diciembre de 1903, los hermanos Wright hicieron despegar su aeronave, el “Wright Flyer I”, y esta se mantuvo suspendida en el aire por espacio de 12 segundos, lapso en el cual recorrió 36.6 mts., nadie pensó en los verdaderos alcances que tendría esta hazaña. En ese entonces, un artefacto bastante limitado y precario como un aeroplano hecho en casa, que buscaba vencer las leyes de la gravedad, no prometía mayores prestaciones, más allá del permanente desafío de intentar mantenerlo en el aire por el máximo tiempo posible. Sin embargo, su evolución y desarrollo dijeron otra cosa. Fue así que, en 1906, el brasileño Santos Dumont efectuó el primer vuelo de que se tenga registro, sobre los cielos de Europa y posteriormente, se construyó el primer aeroplano al que se le instaló un motor que le permitía mantenerse en el aire por espacio de casi tres horas.
Chile no se mantuvo ajeno a este nuevo fenómeno que causaba admiración y planteaba grandes desafíos en muchos aspectos. En 1910 ya se había realizado el primer vuelo sobre territorio nacional y se miraba con perspectivas positivas el posible empleo de aeronaves en la función militar. Fue por ello que ese mismo año, el coronel de ejército don Pedro Pablo Dartnell propuso la creación de una organización aeronáutica militar, motivo por el cual, en 1911, el Supremo Gobierno de la época envió a dos oficiales de Ejército, los tenientes Manuel Avalos y Eduardo Molina, a Europa a estudiar lo necesario para crear en Chile una escuela militar aeronáutica. De esa forma, en 1913 nace el primer establecimiento de instrucción aeronáutica a cargo de una rama castrense.
En ese entonces, en Europa, ya se estaba considerando al aeroplano como un medio de acción militar, lo que no tardó en ponerse en práctica como parte de la planificación en un conflicto en los Balcanes y en los distintos teatros durante la I Guerra Mundial. La naciente arma comenzaba a demostrar su valía y se aceleraban las investigaciones y desarrollo por dotarla de mayores capacidades y abarcar más aspectos desde los cuales ofrecer utilidad táctica.
En ese escenario, la Armada de Chile, siguiendo los pasos de una institución hermana como el Ejercito, los primeros en los cielos de la patria, tomó conciencia de la importancia de este nuevo medio y aceptó de esa institución, en 1916, una invitación para integrar un curso de aviación para Oficiales y Gente de Mar a realizarse en la Escuela de Aeronáutica, en Santiago. Este fue el hito que marcó el inicio de la actividad aeronaval en la institución, más allá de que aún no existía una organización formal, ni medios para tal efecto. No obstante, se había materializado la inquietud de muchos para abordar este nuevo desafío.
LOS PRIMEROS PASOS
Es claro que todo desafío que se resuelva enfrentar debe ir acompañado de crecientes inquietudes y profundas convicciones, si se desea alcanzar el éxito. El interés institucional en el mundo de la aviación no estuvo ajeno a esta realidad. En la época, el teniente 1° Edgardo Von Schröeders, luego de permanecer en Europa los años 1907 y 1908 efectuando el curso para la especialidad de torpedos y cumpliendo un periodo de embarco en unidades del imperio Austrohúngaro, regresó a Chile muy motivado con la experiencia de haber visto de cerca cómo lentamente la incipiente aviación se abría paso en un mundo dominado por los medios terrestres y marítimos, y transmitió a los mandos navales su visión acerca de aquello. Posteriormente, en 1911, su personalidad y competencia profesional llevaron a que la institución lo destinara a los EE.UU. para supervisar la construcción de dos submarinos, oportunidad en que pudo involucrarse con mayor intensidad en el desarrollo e impulso que tomaba la aviación en ese país, participando incluso en un vuelo en un hidroavión, en el río Hudson, del que se dice fue el primer vuelo de la historia con un pasajero. También fue testigo de la incorporación de aeronaves al servicio de la Armada de ese país. Pero sus convicciones e ideas no cesaron ahí. Continuó nutriéndose de experiencias e informaciones, especialmente en el extranjero, lo cual fue traspasando, al tiempo de lograr calar hondo en la conciencia institucional respecto de la importancia y necesidad de contar con material aeronaval orgánico. Fue así que Von Schröeders convencido de los beneficios que podía aportar este nuevo medio, fue capaz de sembrar el germen que a la postre daría cuerpo a la Aviación Naval de la Armada de Chile. No obstante, las prioridades institucionales del momento pasaban por renovar y fortalecer la Escuadra, razón por las cual desde 1910 el esfuerzo se centró en ese proyecto, postergando otras iniciativas y con ellas la creación formal de una Aviación Naval. En el intertanto, estallaba la I Guerra Mundial y los precarios aviones de tela que se construían hacían su estreno en un conflicto de profundos alcances, con importantes cuotas de éxito y proyección. El naciente medio aéreo demostraba su funcionalidad y valía en el escenario militar.
Frente a esa realidad, y sabedor del interés institucional por la aviación, a comienzos de 1916, el ministro de Guerra de la época envió a la Armada una invitación para que cuatro Oficiales y cuatro Gente de Mar se integrasen al cuarto curso en la Escuela de Aeronáutica, dependiente del Ejército de Chile. Fue así que, luego del debido análisis, se resolvió aceptar la invitación, y de esta forma, personal de la Armada fue comisionado para estudiar y así obtener el título de Piloto Aviador y Piloto Militar y, Especialista en Motores, respectivamente. Fue este el primer paso en esta singladura profesional y de sacrificios, de lo cual ya se han cumplido 107 años, que ha permitido a la Armada de Chile ser parte de los pioneros de la Aviación Militar chilena, surcando con orgullo los cielos sobre los mares de Chile y el mundo.
Sin embargo, el desarrollo de la guerra en Europa, la carencia de medios y la dinámica administrativa propia de la Marina en ese instante, no permitieron, por el momento, estructurar una organización formal para establecer un Servicio Aéreo Institucional. No obstante, no se abandonó la idea ni el esfuerzo, de tal manera que en 1918 el gobierno inició la negociación con Inglaterra para una compensación por la retención, por parte de ese país, de los buques que Chile había mandado a construir y que fueron requisados para su participación en la Gran Guerra bajo bandera británica. A raíz de esto, se logró una importante transferencia de aeronaves, 53 en total, las que fueron distribuidas entre el Ejército y la Armada, correspondiéndole a esta última 11 aeronaves del tipo hidroaviones: dos Sopwith Baby, seis Short, dos Avro 504K y un bote volador biplano Felixtowe F2A, las que iniciaron sus actividades de vuelo a contar de julio de 1919, en la bahía de Concepción, frente al Apostadero Naval de Talcahuano. Se iniciaban formalmente las actividades aeronavales de la Armada de Chile. Pero este incipiente despegue no estuvo exento de tragedias y reveses. Fueron varios los mártires que con arrojo y valentía dieron su vida frente a los desafíos que planteaba el deseo de dar a la Marina un servicio aeronaval orgánico. Hoy los recordamos con respeto y admiración, y constituyen un ejemplo de tesón, perseverancia y sacrificio.
Pero para sostener y operar los medios recién recibidos era fundamental contar con una base capaz de entregar el soporte necesario para el desarrollo de la naciente actividad aeronaval. Fue así que, a fines de 1920, en la playa Las Torpederas en Valparaíso, y haciendo uso de antiguas instalaciones ubicadas en ese lugar, se conforma el primer establecimiento institucional para este propósito y que llevó el nombre del lugar en que estaba emplazado: Base aeronaval “Las Torpederas”. Sin embargo, este emplazamiento, por su ubicación física e insuficientes instalaciones, presentaba algunas limitaciones importantes para las operaciones. En consecuencia, se hacía necesario buscar otro lugar que otorgara mejores condiciones. En ese sentido, se comenzaron a realizar ejercicios aéreos en un área más al norte de Valparaíso y que se apreciaba más afín a las actividades de ese tipo. La bahía de Quintero aparecía en el horizonte de la naciente Aviación Naval.
Durante este período, mientras se exploraban nuevos lugares para trasladar la Base Aeronaval, se produce un acontecimiento relevante y que da vida formal al Servicio de Aviación como organización Naval, aunque este, en la práctica, ya existía. El día 16 de marzo de 1923, considerando ciertas reformas promulgadas el año anterior y derogando otras, el entonces presidente de la República, don Arturo Alessandri Palma firmaba el decreto que creaba oficial y formalmente el Servicio de Aviación Naval, dependiente de la Armada de Chile. Con este acto, no se hacía otra cosa que reconocer y culminar un proceso iniciado en 1916 con el primer curso en la Escuela de Aeronáutica Militar y que, a la fecha, ya permitía que se operara una cierta cantidad de aeronaves, desde una base propia y con personal institucional. Por lo tanto, el día 16 de marzo constituye la fecha en que se celebra el aniversario de la Especialidad de Aviación Naval, en razón del decreto firmado por el presidente de la República, pero no el instante del inicio de las actividades aeronavales por parte de la Marina.
Un par de años después, en 1925, la Armada adquiría nuevos aviones. Esta vez se trató de cuatro botes voladores Dornier Wal, cuatro hidroaviones Fairey III, seis botes voladores Dornier Libélula y seis hidroaviones Avro 504-N. Con este parque de aeronaves, la Aviación Naval consolidaba las actividades aéreas de la época y daba soporte a las misiones institucionales.
Ya con un Servicio de Aviación debidamente formalizado, las autoridades Navales de la época iniciaron gestiones para la obtención de recursos, para la construcción de una nueva base aeronaval que reemplazara a “Las Torpederas”. Dados los resultados de los ejercicios realizados y algunos estudios, se definió que el nuevo emplazamiento sería en la bahía de Quintero, lo que se materializó y permitió que el 29 de enero de 1927, se realizara el traslado definitivo del personal y los medios a las nuevas dependencias. Nacía la Base Aeronaval “Quintero” y con ella, una nueva realidad operacional.
UNIFICACIÓN DE LOS SERVICIOS AÉREOS. RECESO DE LA AVIACIÓN NAVAL
Resulta importante señalar que la Aviación Naval alcanzó un gran desarrollo durante el gobierno del general Carlos Ibáñez del Campo (1927 – 1931). Se cosechaban los frutos de un plan de adquisición de aeronaves y se operaba desde la nueva Base Aeronaval en Quintero. Sin embargo, al término de su mandato y producto de ideas unificadoras surgidas principalmente en Europa, se resolvió unificar los servicios aéreos de la Armada y del Ejército para dar estructura a una nueva institución que se denominó Fuerza Aérea Nacional. De esta forma, en el año 1930, los medios materiales, instalaciones y parte del personal del arma aérea de la Marina pasaron a integrar la naciente organización, que entre sus primeros mandos tuvo al Capitán de Fragata Adirio Jessen, como director del Material; al Capitán de Fragata Manuel Franke, como jefe del Estado Mayor; y, al Capitán de Fragata Luis Marín, como comandante de la Base Aérea de Quintero. Fue así que un total de 152 Oficiales, provenientes del Ejército y la Armada, vistieron y conformaron las estructuras de mando de la nueva institución. En consecuencia, la Armada dejó de contar con capacidad aeronaval orgánica. Durante 1931 y 1932, hubo esfuerzos políticos y gestiones, a partir de la efervescencia de la época, para disolver la nueva institución y reconfigurar los servicios aéreos de la Marina y el Ejército, gestiones que no prosperaron, manteniéndose la existencia de la Fuerza Aérea Nacional como una institución dependiente de una Subsecretaría vinculada al Ministerio del interior. Frente a este escenario, la Armada de Chile, ya sin un Servicio Aéreo propio, continuó aportando a la nueva institución con personal que se integró a sus filas.
Pero la inquietud y la necesidad de contar con medios aéreos propios no habían desaparecido de la Institución. A pesar de no tener el material de vuelo, la Armada continuó enviando personal a formarse como pilotos, observadores aéreos y técnicos de aviación, tanto en el país como en el extranjero. En 1940, por primera vez, marinos chilenos realizan el curso de piloto de guerra en la Base Aeronaval de Pensacola, en Estados Unidos, mientras se desarrollaba la Segunda Guerra Mundial en Europa. Bajo similar esquema, transcurrieron varios años en una lucha constante por retomar la actividad aeronaval y dotar a la institución de una Aviación Naval orgánica, aun sin éxito.
EL RENACER DE LOS ALBATROS
No fue sino hasta la década de 1950 cuando, luego de múltiples e intensos esfuerzos y bajo el segundo gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, se firma el Decreto con Fuerza de Ley N° 149, de fecha 4 de julio de 1953, donde se autorizaba a la Armada para adquirir hasta cuatro helicópteros y aviones, para ser operados en la Zonas Navales existentes en la época, y que dichos medios fueran tripulados y operados por personal de la Institución. De esta forma, renacía una actividad fundamental de la Marina, que comenzó de inmediato a organizarse y a consolidar los esfuerzos para estructurar una Aviación Naval eficiente, eficaz y profesional en su desempeño general. Se comenzó a reentrenar, en dependencias de la Fuerza Aérea, al personal que ya había hecho cursos previos; se tramitaron las modificaciones reglamentarias pertinentes para operar de forma regular; se inició el proceso de adquisición de las primeras aeronaves que fueron tres helicópteros Bell 47G y dos bimotores Beechcraft D18S, y se procedió a la búsqueda de un aeródromo con capacidad de albergar a la renacida Aviación Naval. Este último esfuerzo no fue sencillo. Fracasaron varias iniciativas propuestas, sin embargo, se logró que el aeródromo “El Belloto”, ubicado en la localidad de Quilpué, y bajo la dependencia de la Dirección General de Aeronáutica Civil, fuera elegido como Base de operación. Su emplazamiento y configuración presentaban algunas dificultades y precariedades, pero nada que un grupo de entusiastas, profesionales y motivados Aviadores Navales no pudiera soslayar. Así nace la Base Aeronaval “El Belloto”, antecesora de la actual en Concón. Y fue en esa Base donde se creó la primera unidad operativa que se denominó Escuadrón Aeronaval, a la usanza de la designación empleada por la Aviación Naval de los EE.UU.
Al alero de esta naciente organización aeronaval, en 1955, se inician las primeras prácticas de operación a bordo de los buques de la Escuadra con los helicópteros Bell 47G, a partir de cubiertas de vuelo modificadas para tal efecto y con procedimientos creados y diseñados en base a la experiencia de algunos oficiales, y sucesivas pruebas y ensayos. Fue así que, en 1957, la Institución decidió incorporar estos precarios, pero nobles helicópteros al esfuerzo que se realizaban en la Antártica. Esto se materializó con el desplazamiento del Naval 04 a bordo del Transporte “Angamos”, para apoyar en territorio antártico una operación de aeronaves C-47 de la Fuerza Aérea de EE.UU., tarea que se desarrolló con pleno éxito, pero no exenta de dificultades. Es así que, a través de este tipo de operaciones, es posible apreciar que la Armada de Chile, a la fecha, cuenta con más de 67 años de experiencia en operaciones con buques, hito que enorgullece y ha dado prestigio a la Institución.
En la década transcurrida desde su renacimiento, la Aviación Naval comenzó a consolidar sus activos y a estructurar de manera funcional, tanto sus capacidades operativas como logísticas. Fue así que la Base Aeronaval “El Belloto” se fue ampliando; creció levemente el parque de aeronaves; la normativa institucional se modificó y se adaptó para formalizar las actividades aeronavales; se incorpora un Servicio Meteorológico orientado a la meteorología aeronáutica; los cursos de piloto y de personal técnico se fueron haciendo más regulares y específicos; se asesoró a la Tercera Zona Naval en la construcción de la pista de Pto. Williams, perteneciente en esa época a la Base Naval del mismo nombre; se cambió en el fuselaje de las aeronaves y como característica de llamada, la palabra ARMADA por NAVAL, entre muchas otras actividades. Sin embargo, el D.F.L. que permitió el renacimiento de la Aviación Naval, también imponía importantes restricciones que limitaban la posibilidad de contar con material de vuelo distinto de helicópteros y aviones de transporte, los que además debían ser en cantidades acotadas. Esta realidad no detuvo el espíritu emprendedor ni creativo de los Aviadores Navales, los que continuaron buscando opciones para incrementar el alcance de las operaciones aéreas y así entregar a las fuerzas navales mayores capacidades. Otro hito de este período fue la incorporación, entre 1962 y 1963, de dos helicópteros SH-34J, en virtud del Pacto de Ayuda Mutua que existía con los EE.UU. Estas aeronaves diseñadas y equipadas para la guerra antisubmarina fueron un enorme aporte y un tremendo desafío para la Aviación Naval; contaban con capacidad de detección submarina a través un sonar arriable, y vuelo estacionario automático. Fueron motivo de la creación de un Escuadrón Antisubmarino. Con ellos se abordaba un área fundamental de la guerra naval, que sería precursora de las capacidades con que se cuenta hoy en día. De esta forma, despegaba nuevamente la Aviación Naval, no sin grandes dificultades y profundos desafíos, pero con un enorme espíritu de superación y entusiasmo a toda prueba por parte de sus integrantes.
CRECIMIENTO Y NUEVOS DESAFÍOS
A partir de 1964 la Aviación Naval se consolida como una fuerza de apoyo operativo y órgano rector institucional en materias técnicas y logísticas de aviación. Comienza así una etapa donde la incorporación de nuevos medios y una operación sostenida se transforman en los pilares base de esta organización frente a los crecientes desafíos que enfrenta la Institución.
En este período se crea el Centro de Instrucción de la Aviación Naval, organización encargada de centralizar los procesos de formación tanto de pilotos como de personal de las áreas técnicas de aviación. Pero, junto con estructurar los nuevos planes de estudio y editar textos, el Centro de Instrucción integró por primera vez, aeronaves para la instrucción de vuelo. Se trató de los aviones monomotor Mentor T-34, que también operaban la Armada de los EE.UU. y la Fuerza Aérea de Chile. En este mismo período, la Aviación Naval comienza la operación con Drones, transformándose en pionera en esta materia, tan masificada hoy en día.
Por su parte, en el año 1959 la Armada de Chile recibió el transporte “Piloto Pardo”, buque construido con una cubierta de vuelo especialmente diseñada para la operación de helicópteros, y con el cual la Aviación Naval comenzó a sistematizar las operaciones aeronavales desde buques, tanto en la zona austral de Chile, como en su territorio antártico. Fue en estas instancias en que helicópteros navales Bell 47G tomaron parte en acciones heroicas con motivo del rescate de 47 personas en la antártica, tanto de bases nacionales como extranjeras, luego de sendas erupciones del volcán de la isla Decepción, en los años 1967 y 1968. Estas acciones le significaron a las dotaciones de vuelo la obtención de la Medalla al Valor por actos de arrojo, con riesgos de sus propias vidas, al volar en medio de condiciones extremadamente complejas producto de las cenizas y gases en suspensión y la meteorología reinante. Sin embargo, los apoyos en territorio antártico no se han limitado solo a este tipo de acontecimientos. También, los medios aeronavales institucionales han apoyado diversas evacuaciones aeromédicas, actividad científica y otros requerimientos efectuados a la Armada.
Otro hito en el resurgimiento de la Aviación Naval lo constituyó, en 1966, la creación del Centro de Reparaciones de la Aviación Naval, dependiente de la Base Aeronaval “El Belloto”, entidad estructurada para dar soporte técnico y de mantenimiento al material aeronaval. Esta organización logística fue un paso importantísimo en la capacidad y posibilidades institucionales para ser autosuficiente en el sostenimiento de los medios aeronavales, en varios niveles. Gracias a ello fue posible mirar con optimismo la posibilidad de incorporar material de vuelo más sofisticado y con mayores prestaciones operativas. Fue así que, en 1969, se incorporaron los primero dos aviones de transporte C-47 (Douglas DC-3), de un total de cinco, a partir del programa de ventas militares con el gobierno de los EE.UU. Con este tipo de aeronaves se abordaron tareas de mayor complejidad y se dio soporte a necesidades institucionales hasta ese momento, insatisfechas.
Así llegamos al año 1970, donde hubo otro hito para la Aviación Naval. Hasta ese momento, todas las aeronaves que operaba esta fuerza, contaban con motores convencionales a pistón. Sin embargo, en el mundo, desde hacía bastantes años, se encontraba bastante masificado el empleo de aeronaves propulsadas con turbinas a gas. Fue así que se adquirieron los primeros helicópteros equipados con esta tecnología y correspondió al modelo Bell 206, denominado en la Armada UH-57. Con ellos se introdujo no solo un nuevo sistema de propulsión, sino que nueva tecnología en estructuras, sistemas, diseño y otros. Sin embargo, esto también obligó a modificar los sistemas de entrega de combustible, tanto en tierra como en los buques. Estos helicópteros fueron, durante muchos años, pieza fundamental en el desarrollo de las campañas antárticas, operando desde el buque de transporte AP 45 “Piloto Pardo”.
Desde ahí en adelante, se comenzó a avanzar con más prisa en la estructuración de una fuerza aeronaval más funcional y de capacidades tácticas más incisivas, para así dar un mejor soporte a las operaciones navales y marítimas. Se incorporó una aeronave de aerofotogrametría para otorgar apoyo al Instituto Hidrográfico de la Armada, actual Servicio Hidrográfico y Oceanográfico. En agosto de 1973 la Aviación Naval recibió un avión Grumman Albatros HU-168, bajo la matrícula N-251 para su empleo como aeronave de exploración aeromarítima, pero que operó escasamente a raíz de un fatal accidente en que se vio envuelto, el 1 de noviembre de ese mismo año, y que dejó a dos nuevos mártires institucionales.
A contar del año 1974, la Aviación Naval, tuvo un nuevo impulso organizacional que le dio una mayor funcionalidad y diversificación de sus áreas de misión, enfrentando nuevos desafíos operativos, conforme a los lineamientos institucionales y nacionales. Fue así que se adquirieron aeronaves más modernas y de mayores capacidades respecto de las que existían, lo que iba de la mano con la llegada reciente de nuevos buques de combate. Del mismo modo, se dieron pasos importantes en la capacitación de pilotos y personal técnico, con cursos y pasantías, tanto en Europa, Brasil como en Argentina.
Dentro de esta dinámica, en julio de 1976, se recibieron tres aviones de origen brasileño Emb-110, cuya designación en Chile correspondió a C-95 y que cumplirían misiones de transporte y enlace. También fueron empleados inicialmente en tareas de exploración aeromarítima, ya que las características del radar con que contaba se los permitían. Posteriormente, en 1977, se firma con la misma empresa brasileña, Embraer, el contrato por la adquisición de 6 aviones P–111 Bandeirante, especialmente equipados con sensores y sistemas para tareas específicas de exploración aeromarítima. Paralelamente, la institución concretó un contrato con la empresa francesa Socité Nationale Industrielle Aerospatiale, por la compra de 10 helicópteros SA-319B Alouette III, que vendrían a reemplazar a los Bell 206, Jet Ranger, en su operación con los buques de la Escuadra, los cuales arribaron al país a mediados de 1978, periodo en que las relaciones de Chile con Argentina se habían deteriorado peligrosamente a raíz del fallo arbitral por los límites en la zona del Canal Beagle. También durante 1978 se adquirieron a la empresa española CASA, cuatro aviones de transporte C-212 con capacidad de lanzar paracaidistas y carga, los que fueron traídos en vuelo al país. Fue así que, a fines de ese año, la Aviación Naval, contaba con una importante cantidad de medios recientemente adquiridos con los cuales, tanto la Escuadra como la institución, pudieron hacer frente de muy buena forma a los desafíos que plantaba la crisis con Argentina en el área del Canal Beagle.
Con este auge e integración de nuevas capacidades, y un incremento en los desafíos en las diferentes áreas de misión, se hacía necesario estructurar una organización que consolidara y adoptara nuevos enfoques respecto de los avances logrados a través de Centro de Instrucción de la Aviación Naval. Por tal motivo, el día 17 de abril de 1979 se crea oficialmente la Escuela de Aviación Naval, entidad que a partir de ese instante se transformó en el alma mater de los aviadores navales, por ser ella la formadora de los especialistas, subespecialistas y personal con especialidad complementada, así como también de toda aquella capacitación asociada a las operaciones aeronavales. Hasta ese momento, la citada escuela contaba con un precario inventario con los viejos aviones Mentor T-34B que se encontraban en el final de su vida útil, y que necesitaban ser reemplazados en el corto plazo para proseguir con las tareas de instrucción de pilotos. Por tal motivo, la institución seleccionó como su reemplazo al avión Pilatus PC-7 Turbo Trainer, fabricado por la empresa suiza Pilatus Aircraft Ltda., modelo del cual se adquirieron diez unidades, las que en su mayoría fueron traídas en vuelo desde Suiza hacia Chile por pilotos navales chilenos, lo que constituyó todo un hito por tratarse de una extensa y compleja ruta, recorrida por aeronaves monomotor, y con equipamiento limitado en ese entonces. De esta forma, se iniciaba una nueva y fructífera etapa en la instrucción de pilotos, la que capitalizaba las experiencias obtenidas tanto en el país como en el extranjero y que otorgan hasta hoy, un sello característico y único a los Pilotos de la Aviación Naval.
PREPARÁNDOSE PARA EL NUEVO SIGLO
La dinámica mundial, marcada hasta ese momento por los conflictos asociados a la Guerra Fría, acarreó una serie de experiencias profesionales y técnicas, de las cuales la Armada y la Aviación Naval pudieron nutrirse y así establecer nuevos procedimientos y mejorar el equipamiento de los medios. Del mismo modo, esta realidad obligó a efectuar continuas mejoras en los procesos de formación y capacitación técnica del personal especialista para incrementar así el nivel de satisfacción y efectividad de las misiones a desarrollar. El surgimiento de nuevas tecnologías en el mundo de la aeronáutica, las guerras de Corea, Vietnam y posteriormente Irak, trajeron aparejadas una serie de lecciones que de una u otra forma fueron penetrando en la forma de desarrollar operaciones aéreas en los escenarios marítimos y que plantearon crecientes desafíos, los cuales fueron abordados por la Aviación Naval con decisión y profunda convicción. En este marco, los medios aeronavales ya participaban en la operación UNITAS con la Armada de los EE.UU., instancia que permitía recibir experiencias y poner en práctica procedimientos y doctrinas desarrolladas por la institución. De esta forma, se consolidaba una aspiración nacida en los albores del siglo XX, pero que se proyectaba con intensidad hacia los umbrales del siglo XXI.
Con la llegada de los aviones Pilatus PC-7 a principio de los años 80, se inició progresivamente un nuevo proceso de renovación del material de vuelo que vino de la mano con un programa de modificación de algunas unidades de superficie de la Escuadra que otorgarían nuevas y mayores potencialidades para el desarrollo de operaciones navales de largo alcance y de mayor efectividad que las posibles hasta la fecha. Fue así que a mediados de esta década la institución adquiere una aeronave turbo reactor Westwind II, de fabricación israelí, primera de estas características en la institución, y que se empleó para misiones de transporte y enlace, evacuaciones aeromédicas y validación de sistemas de armas de los buques. Simultáneamente, comenzaba a cobrar vida un proyecto para reemplazar a los helicópteros Alouette III por aeronaves de ala rotatoria de mayores capacidades que operaran desde las nuevas plataformas de los destructores y fragatas recién modificadas. Fue definido como reemplazante el helicóptero pesado Cougar AS-535F1, de la empresa Eurocopter (hoy Airbus) cuya denominación Naval fue SH-32 y que contaba con tecnología de punta y modernos sistemas de armas para la guerra de superficie y antisubmarina. Las unidades comenzaron a ser recibidas a contar del año 1991 y hasta completar un total de seis helicópteros Cougar AS-532 y un Súper Puma AS-332, este último para tareas de entrenamiento y transporte. También, en marzo de 1988, la Aviación Naval recibe el primero de dos aviones turbo reactores Falcon 200 de origen francés, para reemplazar al Westwind II, dada la planificación operacional y el potencial empleo de nuevos sistemas de armas navales a bordo de estas aeronaves.
Con el progresivo incremento de las operaciones, parque de aeronaves, áreas de misión y gestión técnica de la Aviación Naval, la Base Aeronaval “El Belloto” comenzó a ser insuficiente para satisfacer los requerimientos tanto operativos como logísticos, al tiempo que comenzaba a ser absorbida y rodeada por el crecimiento urbano del sector en que se encontraba. Esta realidad y la proyección acerca del aumento sostenido de la actividad aeronaval demandaban de mayores espacios, capacidades e instalaciones que respondieran más adecuadamente a las necesidades de soporte y operación de los medios. Fue así que la institución en su tarea de buscar un emplazamiento adecuado pudo disponer de amplios terrenos en la comuna de Viña del Mar, cercanos a la localidad de Concón, para así construir una nueva base aeronaval. De esta forma se iniciaba el proyecto que daría cuerpo a una Base de operaciones moderna, funcional y diseñada acorde a las necesidades y estándares requeridos. El día 19 de diciembre de 1987, y en una ceremonia presidida por el entonces comandante en jefe de la Armada, almirante don José Toribio Merino Castro, se inauguraba la pista del nuevo emplazamiento aeronaval y, poco más de un año después, el dia 16 de marzo de 1989, se inauguraba ya terminada, la Base Aeronaval “Viña del Mar”, hoy Base Aeronaval “Concón”, para iniciar sus operaciones y servir como principal núcleo logístico que da soporte a la actividad aeronaval institucional. Se concretaba una importante aspiración y se daba inicio a una nueva etapa de operaciones y crecimiento.
Tal como se mencionó antes, con la llegada de los helicóteros SH-32 “Cougar”, fueron retirados del servicio las aeronaves Alouette que aún se encontraban operativas, pero se hacía necesario potenciar otras áreas y contar con medios de mayores capacidades y performance que los fieles helicópteros Bell 206. Por estas razones, a principio de 1990, se concretó el proyecto de adquisición de helicópteros livianos bimotor Bolkow BO-105 CBS4, de los cuales se recibieron siete unidades, entre aeronaves nuevas y usadas. Lo mencionados helicópteros pasarían a ser elementos preponderantes en las campañas antárticas, incrementando la capacidad de soporte y brindando mayores niveles de seguridad en las operaciones, dado su equipamiento y su condición de bimotor. Con la llegada de estos medios, fue posible potenciar también la capacidad operativa de las unidades existentes en la Zonas Navales: Fuerza Aeronaval N°2, con asiento en Punta Arenas; Estación Aeronaval “Iquique”, emplazada en la ciudad del mismo nombre y, el Destacamento Aeronaval ubicado en Puerto Williams. Esta experiencia también dio pie a la creación de nuevos destacamentos aeronavales en áreas geográficas de gran actividad marítima que no contaban con medios aéreos propios, integrando al helicóptero BO-105 como elemento principal. Es el caso de los destacamentos de Puerto Montt y Talcahuano. De esta forma, se materializaba una parte de los esfuerzos de la Armada por incrementar las capacidades aeronavales para así responder de mejor forma a las demandas de soporte institucional y la salvaguarda de la vida humana en el mar.
En este sentido, el estado de Chile tiene una gran responsabilidad de Búsqueda y Rescate, S.A.R., en una extensa área marítima del Pacífico, que abarca una superficie de 26.476.004 kilómetros cuadrados, en virtud de acuerdos internacionales contraídos, que plantea enormes desafíos y que con los medios aeronavales existentes hasta principios de la década de los 90 no era posible satisfacer a cabalidad. De tal forma se buscó cubrir las brechas existentes con la incorporación de aviones de exploración aeromarítima que pudiesen abarcar grandes áreas de búsqueda y al mismo tiempo, otorgar a la Escuadra y Zonas Navales, mayores capacidades de detección y obtención de un claro panorama de superficie, tanto en tiempo de paz (patrullaje de la Z.E.E., búsqueda y rescate) como en tiempo de crisis o conflicto. Fue así que, mediante una serie de gestiones de las autoridades institucionales de la época, la Armada aceptó una oferta del Departamento de Defensa de los EE.UU. para adquirir ocho aviones P-3A Orion, de segunda mano, mantenidos en preservación en el desierto de Arizona. Dichas aeronaves fueron sacadas de su condición y traídas al país en vuelo, arribando a Chile, la primera de ellas, el 5 de marzo de 1993. Progresivamente, se fueron incorporando los demás aviones hasta la llegada del último, el 1 de noviembre de 1994. Tal como se había planificado, de los ocho aviones adquiridos, solo se dejaron en servicio cuatro, manteniendo los restantes como fuente de repuestos y sistemas para los que seguían operativos. Estos aviones, luego de ser recibidos, han sido sometidos en el tiempo a una serie de modernizaciones y que los ha dejado equipados con sofisticados sistemas e importantes capacidades operativas. En la actualidad, a la luz de un responsable manejo de los recursos asignados y una racionalización en el desarrollo de las fuerzas, se operan solo dos aeronaves P-3ACH (designación nacional), en complemento con otros medios de reciente incorporación. Por eso hoy, la Armada cuenta con un brazo aeronaval de largo alcance, capaz de llegar a la Isla de Pascua e integrarse a actividades y ejercicios en cualquier lugar del mundo, lo cual constituye un orgullo, no solo para la institución, sino que para el país.
Posteriormente, en el año 1997, la Marina adquirió siete aviones de segunda mano Cessna Skymaster 337, ofrecidos por el Departamento de Defensa de los EE.UU., que pasaron a denominarse O-2A, y que fueron destacados a las zonas navales para complementar la labor de los helicópteros en su tarea permanente de salvaguardar la vida humana en el mar.
De esta forma, la Aviación Naval fue dando forma a una organización robusta, profesionalmente sólida, logísticamente capaz y operacionalmente eficiente y eficaz. El perfeccionamiento de sus integrantes ha sido un esfuerzo continuo que no solo ha buscado conocimientos y capacitación, sino que se ha orientado hacia la obtención de importantes estándares de seguridad en todo ámbito, asociado a las operaciones aéreas. Destacan las concurrencias periódicas a simuladores de vuelo en diversos modelos, en el país y en el extranjero; capacitaciones profesionales del personal técnico, a nivel nacional e internacional; pasantías, intercambios y entrega de capacitación y entrenamiento a otras organizaciones, tanto nacionales como extranjeras. El profesionalismo y la competencia de sus dotaciones han sido fuente de prestigio y respeto, a todo nivel, no solo para la Aviación Naval sino que para la Armada de Chile.
Dentro de esta dinámica, a comienzos del presente siglo, el incremento en la actividad marítima nacional planteó nuevos desafíos que demandaban de la Marina y su Aviación Naval, mayores esfuerzos en el soporte para la seguridad de la vida humana en el mar. Se hizo necesario contar con helicópteros de rescate de mayores capacidades, tanto en las personas a transportar, como en las distancias a recorrer. Fue así que se inició un proyecto para adquirir aeronaves con estas características, y la elección recayó en el helicóptero de la empresa Bell, modelo 412. Sin embargo, y por tratarse de la adquisición de aeronaves de segunda mano y por encontrarse en desarrollo la guerra de Irak, el mencionado modelo de helicóptero era muy escaso por su profuso empleo por empresas contratistas en el conflicto mencionado. Fue posible adquirir solo una aeronave y con el transcurso del tiempo, se hizo insostenible el esfuerzo por tratar de integrar más del mismo modelo, sin resultados positivos. Por tal motivo, se optó por cambiar el tipo de helicóptero y considerar al Dauphin AS-365N2, del cual se adquirieron inicialmente cuatro aeronaves. Los citados medios fueron desplegados a Punta Arenas, Puerto Montt, Talcahuano y Viña del Mar. Posteriormente, fue posible acceder a cuatro aeronaves más, pero del modelo Panther, AS-565FI, también adquiridas de segunda mano. Estas aeronaves, mejor equipadas, pero más antiguas, han permitido la capacidad de desarrollar labores de SAR nocturno, importante en la oportunidad de un rescate.
A partir del año 2003, luego de la dolorosa perdida de dos integrantes de una dotación de vuelo de un helicóptero SH-32, que se precipitó al mar mientras participaba de un ejercicio antisubmarino durante la noche, la Institución resolvió desarrollar un proyecto para contar en el país con un simulador de escape que permitiera entrenar a las tripulaciones de vuelo y todo aquel que lo necesitase, en técnicas y procedimientos de egreso desde una aeronave sumergida. Este tipo de entrenamiento ya se desarrollaba desde el año 1997 en Noruega y Brasil, pero de forma muy esporádica y no para todos, dado los costos que significaba enviar a las personas a esta actividad. De tal modo, en el año 2007 se inaugura en la Base Aeronaval “Concón” el Simulador de Escape de Aeronave (S.E.A.) adquirido a la empresa canadiense Survival System, y que es único en el país, al nivel de los más modernos del mundo. En él se entrena a todas las dotaciones de vuelo de la institución y al personal que por sus funciones deba operar desde una aeronave, sobre mar. También se provee entrenamiento y capacitaciones a otras instituciones de la defensa, tanto nacionales como extranjeras, policías y entidades civiles que lo soliciten, dentro de la disponibilidad residual. Este sistema permitió un importante avance y un incremento en los niveles de seguridad de las operaciones sobre mar.
Paralelamente a este importante avance, los aviones de exploración aeromarítima P-111 adquiridos a fines de los años 70, ya comenzaban a ser insuficientes respectos de sus capacidades para abordar las múltiples tareas institucionales y se requería de medios mejor dotados, frente a la creciente demanda en ese ámbito. Del mismo modo, aparecía en el horizonte la necesidad de buscar una alternativa de reemplazo de los helicópteros Bell 206, que durante más de 40 años habían servido con nobleza en diversas misiones de apoyo y en la formación de los pilotos de ala rotatoria de la Aviación Naval. Fue así que, en el primer caso, en abril de 2010 se recibió el primero de tres aviones de exploración aeromarítima y guerra antisubmarina, CASA P-295 Persuader, adquiridos nuevos a la empresa Airbus. Estas aeronaves fueron equipadas con modernos sensores, sofisticados sistemas de comunicaciones y transmisión de data, así como de sistemas de armas antisubmarinas para su acción en esos escenarios. Al año siguiente, se completó la flota con la llegada de los restantes aviones, contando así la institución con mayores capacidades que, en complemento con las de las aeronaves P-3ACH Orion y los P-111 Bandeirante, han permitido dar una importante cobertura a áreas marítimas y lacustres de interés estratégico.
También, los viejos aviones Skymaster O-2A empezaban a cumplir su ciclo de vida útil y debían ser reemplazados en el corto plazo por aeronaves más modernas que siguieran cumpliendo el rol de Patrullaje Marítimo y Búsqueda y Rescate. En consecuencia, la Institución abordo un proyecto de reemplazo y seleccionó el avión de origen italiano, de la empresa Vulcanair, P-68 Observer 2, el cual cumplía con los requerimientos operacionales y técnicos que se deseaba. Así, a contar del año 2016 comenzaron a recibirse las aeronaves que, en total, sumaron siete y fueron asignadas al Escuadrón de Propósitos Generales VC-1 y a la casi totalidad de las Zonas Navales, con la excepción de la Tercera Zona Naval, debido a las condiciones meteorológicas del área.
El mismo año del arribo del primer avión P-295 (2010), se formalizaban las primeras fases de un proyecto para reemplazar a los antiguos helicópteros Bell 206. Fue un largo camino, no exento de dificultades, retrocesos y avances hasta que, prácticamente diez años después de su inicio, logró materializarse con la llegada del primer helicóptero Airbus H-125 (AS-350B3), HH-50 por su denominación naval, de un total de cinco. Se espera que el arribo del último se produzca durante el primer semestre de 2023.
No podemos dejar de mencionar la integración a las tripulaciones S.A.R., hace más de 12 años, de los nadadores de rescate. Estos profesionales, Oficiales y Gente de Mar, son marinos de diversas especialidades, altamente preparados e instruidos en técnicas específicas para realizar el rescate de personas en el mar u otras áreas acuáticas, de día o de noche, operando desde los helicópteros institucionales. Esta capacidad ha permitido abordar complejas y arriesgadas situaciones de rescate, basados en las grandes potencialidades que tiene este personal.
De esta forma, la Aviación Naval ha ido dando pasos importantes en el cumplimiento de los roles institucionales, a la par de ir incrementando el tipo de tareas a desarrollar, en beneficio de los intereses nacionales y de la misión de la Armada. En este afán, y cada vez que las aeronaves y sistemas han ido perdiendo capacidades, y la obsolescencia ha comenzado a limitar el cumplimiento de roles, se han realizado importantes esfuerzos, en un marco de austeridad y a partir de la limitada disponibilidad de recursos, para dotar a la institución de medios eficientes y eficaces, capaces de mantener las potencialidades que exigen los intereses de Chile en los ámbitos Navales y Marítimos. Destacan las iniciativas desarrolladas por especialistas en Aviación Naval, que han permitido dotar a los medios de importantes capacidades, explotando los conocimientos adquiridos y una excepcional preparación profesional.
LA AVIACIÓN NAVAL DE HOY
En la actualidad, la Aviación Naval es una fuerza operativa consolidada y relevante que otorga importantes potencialidades a las fuerzas navales y actividades marítimas, contribuyendo con sus medios y capacidades al cumplimiento de tareas múltiples. Está al mando de un Contralmirante, especialista en Aviación Naval, Piloto, y cuenta con unidades operativas (escuadrones, grupos y destacamentos aeronavales) y centros logísticos para satisfacer los requerimientos de los diferentes mandos que hacen uso de sus medios.
Tiene dos misiones claramente definidas. Una de ellas es operativa y dice relación con la entrega de medios equipados, entrenados y sostenidos logísticamente en el tiempo para su empleo con las fuerzas de Tarea y Mandos operativos, para así contribuir a la ejecución de operaciones navales y marítimas. La otra, alude al aspecto logístico y establece que se constituirá en la dirección técnica institucional en todo lo referido a materias aeronáuticas y de Aviación Naval, al tiempo de administrar los recursos humanos, materiales y financieros asignados para proveer el sostenimiento de los medios aeronavales.
La integran Oficiales y Gente de Mar especialista en Aviación Naval, subespecialistas, personal con especialidad complementada y aptitud calificada en áreas específicas, todos formados en el seno de la institución, en la Escuela de Aviación Naval. Entre estos están los Oficiales pilotos, Oficiales ingenieros, Oficiales Coordinadores Tácticos, personal técnico en las diversas áreas de la actividad aeronáutica, operadores y personal de apoyo. Todo este grupo humano, además de cumplir con sus funciones operativas y técnicas, está permanentemente capacitándose y manteniendo actualizados sus conocimientos y competencias profesionales en sus correspondientes áreas de injerencia.
Para el cumplimiento de su misión operativa, La Aviación Naval cuenta hoy con las siguientes unidades:
Escuadrón de Helicópteros de Ataque HA-1, que opera helicópteros SH-32 “Cougar” y HH-32 “Súper Puma”.
Escuadrón de Exploración Aeromarítima VP-1, con aeronaves P-295 “Persuader” y P-3ACH “Orion”.
Escuadrón de Propósitos Generales VC-1, que opera aviones P-68 “Observer 2” y P-111 Bandeirante.
Escuadrón de Helicópteros de Propósitos Generales HU-1, con helicópteros HH-50 B3, UH-05 “Bolkow” y HH-65 “Dauphin”.
Escuadrón de Instrucción VT-1, a cargo de los aviones PC-7 “Pilatus”.
Grupo Aeronaval Sur, dependiente de la Tercera Zona Naval, con asiento en Punta Arenas, opera aeronaves HH-65 “Dauphin” y P-111 “Bandeirante”.
Grupo Aeronaval Puerto Montt, dependiente de la Quinta Zona Naval, con asiento en la capital de la X región, opera aeronaves P-68 “Observer 2” y HH-65 “Dauphin”.
Grupo Aeronaval Talcahuano, dependiente de la Segunda Zona Naval, con base en Concepción, operando aeronaves P-68 “Observer 2” y HH-65 “Dauphin”.
Grupo Aeronaval Norte, dependiente de la Cuarta Zona Naval, basado en la ciudad de Iquique, con aeronaves P-111 “Bandeirante”, P-68 “Observer 2” y HH-65 “Dauphin”.
Destacamento Aeronaval Puerto Williams, dependiente del Distrito Naval Beagle, con asiento en la ciudad de Puerto Williams, operando con helicóptero UH-05 “Bolkow”.
Base Aeronaval “Concón”, principal centro logístico aeronaval, para el soporte de mantenimiento y apoyo al personal
Centro de Abastecimiento de la Aviación Naval, a cargo de la gestión, recepción y almacenamiento de repuestos, componentes y consumos técnicos para las aeronaves.
Pero lo que ha hecho que la Aviación Naval sea una organización bien estructurada y con una capacidad de operación sólida y consistente, son las personas que directa e indirectamente han contribuido con su esfuerzo, sacrificio y conocimientos a dotarla de capital humano, medios materiales y doctrina operacional de primer nivel. No debe extrañarnos, entonces, los logros obtenidos en materia de disuasión, apoyo a la comunidad, conectividad de zonas aisladas, mitigación y soporte durante catástrofes.
En el ámbito operacional, la Aviación Naval ha mantenido en el tiempo una sostenida y constante participación en ejercicios con Marinas extranjeras y otras instituciones, tanto en el país como en el exterior. Aparte de la tradicional operación UNITAS, se ha incorporado progresivamente en ejercicios internacionales de mayor connotación y envergadura, con importantes demandas tácticas y operacionales, lo cual ha obligado a mejorar los estándares, instalando en las aeronaves equipamiento más sofisticado, perfeccionando el uso del idioma inglés e incorporándose a procedimientos y normas OTAN, lo cual se ha desarrollado con total éxito. De esta forma ha sido posible integrarse y participar de la organización de ejercicios como Teamwork South, en las costas de Chile; Teamwork North frente a los EE.UU. y Canadá; MARCOT, en la misma área geográfica anterior; PANAMAX, en aguas del Pacifico frente a Panamá; y, en el ejercicio naval más grande y complejo del mundo que plantea un enorme desafío profesional para las Armadas y sus medios aeronavales como lo es RIMPAC, que se desarrolla en aguas del Pacifico, en las cercanías de Hawaii. En esa misma dinámica, aviones y helicópteros también toman parte en ejercicios con unidades navales extranjeras que transitan por aguas nacionales en su desplazamiento hacia otras áreas. En esas grandes ligas está presente hoy las Aviación Naval con sus medios de ala fija, ala rotatoria y personal especialista, otorgando a las fuerzas navales un gran potencial táctico producto de la experiencia profesional y las capacidades cultivadas en una historia de más de 100 años.
Pero más allá de la naturaleza táctica y estratégica de los medios aeronavales, durante su existencia, la Aviación Naval ha dado cuenta de innumerables actos en beneficio de la comunidad e instituciones, entre los que destacan, como se mencionó antes, el rescate en la isla Decepción en 1967 y 1968; el rescate llevado a cabo por los helicópteros “Cougar” con motivo del naufragio de la motonave “Porvenir I” en las cercanías de Corral, en agosto de 2005, donde las condiciones meteorológicas extremas mantuvieron en constante riesgo tanto a los náufragos, como a los helicópteros y al personal rescatista. Del mismo modo, y en hechos más recientes, el terremoto y tsunami de 2010 en Chile, fue motivo del despliegue de aeronaves a diversos lugares afectados por el fenómeno, contribuyendo a las labores de apoyo y rescate. En 2011, la caída de una aeronave en las proximidades de la Isla de Juan Fernández motivó el despliegue de medios para dar apoyo a las labores de búsqueda y rescate. Posteriormente, a raíz de los graves incendios que azotaron la zona central de Chile a partir de 2017, medios de la Aviación Naval fueron desplegados para apoyar las labores de extinción, actuando una aeronave P-295 como guía de un avión tanque, y los helicópteros HH-32 como medio para el traslado de brigadas forestales. Lo mismo ha ocurrido con los apoyos brindados al jefe de la Defensa para la Zona de Biobío y Arauco, en tareas de seguridad interior, con motivo del estado de excepción constitucional establecido por las autoridades. No obstante, estos casos de particular connotación, los medios aeronavales están constantemente desplegados y actuando en resguardo de la seguridad de la vida humana en el mar, para control de la zona económica exclusiva, para el patrullaje preventivo de áreas de interés para el país y en muchas otras labores que, de manera anónima, se realizan de manera permanente.
Todo lo antes señalado, es resultado de un arduo y complejo transitar donde el factor humano ha sido, es y seguirá siendo fundamental en el desarrollo de la Aviación Naval. La impronta que cada integrante de esta centenaria organización ha puesto en cada una de las actividades y desafíos que se han enfrentado, ha sido clave para ir venciendo los obstáculos y aceptar los reveses que siempre acompañan a toda empresa que se aborda. No en vano, en estos más de 100 años de actividades, muchos han perdido la vida en actos del servicio buscando la excelencia y dando muestras de compromiso, convicción y voluntad. Son los héroes anónimos que han dejado su sello y que hoy gozan del respeto y reconocimiento de todos aquellos quienes han abrazado la opción de volar en las alas del Albatros. La cultura organizacional de la Aviación Naval tiene un sello particular que se ha forjado en el tesón de su gente, luego de más de un siglo de actividades, donde su característica fundamental es que cada integrante de esta cofradía nunca deja de ser marino y lleva en su espíritu, grabado a fuego, el ejemplo de Prat y sus camaradas.
Al cumplir más de un siglo de historia y haber transitado por diversos y complejos periodos del acontecer nacional, la Aviación Naval de hoy se presenta como una fuerza comprometida y capacitada para transformar los obstáculos en objetivos logrados y la dificultad en fuentes de experiencia y lecciones. El albatros seguirá volando rumbo al sol y más allá.
BIBLIOGRAFÍA
Carlos Tromben Corbalán (1987), La Aviación Naval de Chile. Segunda edición. MP & Vising Editorial, 1998.
Juan Carlos Pons Jara, Tomás Carvajal Álvarez, Erwin Cubillos Salazar (2018). Hidroaviones y Botes Voladores de la Armada de Chile. Período 1916-1930. Imprenta de la Armada. Valparaíso.
Vicente Salsilli (1972). Historia de la Aviación Chilena. Empresa Editora Nacional Quimantú Ltda. Santiago de Chile.
Historial Escuadrón de Helicópteros de Ataque HA-1.
Historial Escuadrón de Exploración Aeromarítima VP-1.
Historial Escuadrón de Propósitos Generales VC-1.
Historial Escuadrón de Helicópteros de Propósitos Generales HU-1.
Historial Escuadrón de Instrucción VC-1.
Registros Comandancia de la Aviación Naval.
Notas y experiencias del autor, CN Javier Lüttecke B.
Versión PDF
Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
Inicie sesión con su cuenta de suscriptor para comentar.-