By RONALD VON DER WETH FISCHER
El “ethos naval” es un concepto abstracto e intangible que radica en los servidores de la Armada de Chile; hombres y mujeres que en forma voluntaria ingresan a la Institución, principalmente, a través de las escuelas matrices. En ellas, se cultivan para desenvolverse en el medio marino, requiriendo de un carácter cuyas raíces se encuentran en la historia y la tradición; y sus principios están contenidos en la Ordenanza de la Armada, que permiten formar equipos cimentados en la confianza mutua.
The “Naval Ethos” is an abstract and intangible concept that is deeply ingrained within the personnel of the Chilean Navy; men and women who voluntarily join the institution, primarily through the initial naval training establishments. There, they cultivate their skills to perform in the maritime environment, requiring a character embedded in history and tradition. Their principles are comprised in the Chilean Navy´s Regulations, which allows for the formation of teams based on mutual trust.
El presente artículo es una invitación a reflexionar en torno al “ethos” y, en particular, el “ethos naval chileno”, en adelante “ethos naval”. El público al cual va dirigido son los servidores; mujeres y hombres que prestan sus servicios en la Armada de Chile, independiente de su especialidad, escalafón o grado. Es el producto del trabajo iniciado, por el autor, el año 2022, y se complementa con dos publicaciones en la Revista de Marina tituladas: “Acerca de la dimensión intangible del liderazgo” y “Liderazgo basado en virtudes”. El trabajo no pretende agotar el tema, sino invitar a una reflexión que permita dimensionar la profundidad de nuestro modo de ser.
Por otra parte, busca contribuir en la verbalización de los fundamentos del mando con liderazgo que la Marina requiere para conducir a sus dotaciones en entornos y escenarios, a veces de características: volátiles, inciertas, complejas y ambiguas; que requieren de un modelo de liderazgo que promueva: la iniciativa disciplinada, el desarrollo de equipos de trabajo, compromiso con la misión y madurez; dotaciones competentes y cohesionadas por la confianza mutua entre sus miembros.
El diccionario de la Real Academia Española (RAE) define “ethos” como: “Conjunto de rasgos y modos de comportamiento que conforman el carácter o la identidad de una persona o comunidad”.
A partir de esa definición, se puede entender “ethos” por una forma común de vida, de conducta, de comportamiento, que adopta una persona o un grupo de individuos que pertenecen a una misma sociedad, otorgándoles un carácter o un modo de ser que los distingue. Subyace una dimensión individual de la persona y otra social. Dado que la naturaleza humana es dinámica, las personas están abiertas a cultivar su carácter y tender a la excelencia o también a lo opuesto.
Es un concepto abstracto, intangible, que radica en las personas y no en las cosas; se sustenta en la historia, en las creencias, en expectativas compartidas, en la forma de vida que es transmitida de generación en generación, de donde surge la tradición. El “ethos” es ese carácter que condiciona la forma de recibir los acontecimientos vitales, cómo los aprovechamos, cómo maximizamos la fortuna para tratar de labrar una buena vida.
“El carácter es para el hombre su destino”, señaló Heráclito de Éfeso hace ya unos veintisiete siglos; sin olvidar que la falta de carácter es el más grave cargo que se puede hacer a un militar según el Reglamento de Disciplina de las Fuerzas Armadas. Retomando la cita de Heráclito, “aunque no lo dijera, lo mismo sucede con las instituciones, las organizaciones y los pueblos, que también ellos se forjan buenos o malos hábitos, y que también para ellos su carácter es una buena medida su destino.” (Cortina, 2018)
Las personas están condicionadas por el medio, por el entorno, pero no están determinadas; pueden ser mejores, por eso tiene sentido la ética, porque se nace con un temperamento que no ha sido elegido y en un medio social que tampoco estuvo en sus manos aceptar o rechazar, pero a partir de él se van tomando decisiones que refuerzan unas predisposiciones u otras, generando buenos hábitos si llevan a una vida buena, o malos si llevan a lo contrario.
Hasta aquí se puede señalar que el ethos radica en las personas, que se relaciona con el carácter y que se puede labrar en post de la excelencia, lo que hoy se denomina virtudes, estableciendo una estrecha relación con la ética. Las personas se organizan para lograr ciertos fines, por lo que se puede referir a un ethos en particular; el motivo del artículo es el “ethos naval”. ¿Qué distingue a los servidores navales? ¿Por qué se comportan de ese modo? Son algunas preguntas que surgen y el autor pretende que el lector pueda dar respuesta al término de este artículo.
El Ethos Naval
Para comenzar, es necesario tener presente que los marinos, hombres y mujeres, provienen de la sociedad civil, que los ha moldeado, inicialmente, en su modo de ser. Sin embargo, el modo de ser del marino se configura, por las peculiaridades del medioambiente marino nacional, así como por las motivaciones que surgen de nuestra historia y tradiciones. Parafraseando a Heráclito podemos decir que el “ethos naval” es el carácter de los miembros de la Armada y cuyo destino está en el mar.
En efecto, se compone del conjunto de características y valores que distingue a los marinos y sirve para moldear y orientar al personal en la ejecución de las tareas que la Armada lleva a cabo; que, habiéndose formado a lo largo del tiempo, conjuga tradiciones y costumbres con los desarrollos sociales y tecnológicos, asegurando su compromiso para con su institución y el país.
Podemos comprenderlo como “el espíritu permanente derivado de la lealtad y compromiso con la patria, buque, repartición, unidad e institución, sustentado en altos estándares de profesionalismo y fuerte liderazgo, el cual refuerza el coraje ante la adversidad y la determinación para estar dispuesto a “vencer o morir” por Chile, siendo fiel al sentido del juramento de servicio” (Armada, 2009).
Indudablemente, el sello impuesto por nuestros héroes y próceres, en particular el comandante Arturo Prat, su leal compañero en el abordaje el sargento Juan de Dios Aldea, y la dotación de la Esmeralda, el 21 de mayo de 1879 en Iquique, que trascendió hasta dejar su impronta en la identidad nacional, y se ha convertido en el principal referente en la conformación del “ethos naval chileno”. Asimismo, la máxima del almirante Cochrane, “la palabra imposible ha sido eliminado del vocabulario de la Armada de Chile”, constituyen parte de los cimientos del “ethos naval” (Armada, 2009).
Estos referentes del marino chileno otorgan el horizonte que se constituye en la norma para no dejarse amilanar ante los desafíos profesionales, ni emergencias, catástrofes, ni amenazas. El marino chileno encara con la misma entereza situaciones de diferente tipo, sean de la fuerza de la naturaleza o de un conflicto armado; lo que no es producto de una acción inconsciente e improvisada, sino consecuencia de más de dos siglos de tradición en que se ha forjado el “ethos naval”.
La vida a bordo
El medio en que se desenvuelve el marino es demandante, cambiante, cansador y no permite errores. Comúnmente hay que enfrentar inclemencias climáticas y mar embravecido, lo que conlleva riesgos y degrada la calidad de vida a bordo, donde los espacios de convivencia son reducidos. Asimismo, las operaciones marítimas exigen concentración incesante y esfuerzo permanente, principalmente en escenarios de conflicto en los que deben realizar largos períodos de patrulla y vigilancia, seguidos por cortos estallidos de intensa y destructiva violencia de combate y que, en la guerra anfibia, resultan ser más prolongados en el tiempo, con sus consecuentes efectos.
Aunque el “ethos naval” no está contenido específicamente en un documento, ya que se transmite de generación en generación por la vía del ejemplo, podemos inducir que responde a los principios rectores contenidos en la Ordenanza de la Armada, publicación fundamental de la Institución, en la que se encuentran establecidas las normas de doctrina, de procedimientos y los deberes y atribuciones de todos los miembros de la Institución. Dichos principios rectores se sintetizan en el “Código de Honor”, un decálogo que contiene las virtudes cardinales, el principio de probidad y los valores institucionales: integridad, valentía, lealtad, deber, honor y patriotismo; nombrado en ese orden, pensando que lo alto se sustenta en lo bajo. Adicionalmente, en otras publicaciones como el Ceremonial Naval y Reglamento de Disciplina, también podemos encontrar los fundamentos del “ethos naval”.
La formación naval enfatiza el cultivo de las virtudes como indispensables para todos los servidores, hombres y mujeres, que tienen como misión fundamental la defensa de los intereses del país y sus conciudadanos. Sin olvidar, como lo señala la Ordenanza de la Armada (Art 12) que “…la función primordial de la Institución es obtener la victoria en un conflicto armado …” Función que se desarrolla en conjunto con las otras ramas de las FFAA.
Sin embargo, las FFAA no solo existen para la guerra, sino fundamentalmente para asegurar la paz. La guerra es una situación extrema y excepcional a la que se llega cuando han fracasado las vías diplomáticas, la disuasión y el manejo de crisis. El bien buscado es siempre la paz; jamás se debe perder de vista que el imperativo último de la guerra es crear las condiciones para una paz duradera, una vez finalizado el conflicto. Por consiguiente, las FFAA deben ser consideradas como promotoras de la paz y defensoras de la justicia.
Madurez, estar a la altura de las exigencias
En la Armada de Chile, por su condición de cuerpo armado, se exige a sus servidores ser esencialmente obedientes, no deliberantes, profesionales, jerarquizados y disciplinados. Se ingresa a sus filas en forma voluntaria a través de las escuelas matrices, desarrollando una carrera que permite ascender, conforme a requisitos establecidos, en la escala jerárquica. Cada ascenso conlleva mayores responsabilidades, que demandan de mayor grado de madurez, para estar a la altura de las exigencias que el servicio demanda.
El mundo clásico greco-romano colocó al centro el ideal de madurez humana, especialmente la “sabiduría” y la “prudencia”, entendidas con diversos matices. Actualmente, el estudio sobre la madurez humana se ha complementado con las distintas perspectivas que ofrecen las ciencias modernas. Así, algunos suelen distinguir tres campos fundamentales en la madurez: intelectual, emotiva y social.
Algunos rasgos de madurez intelectual pueden ser: un adecuado concepto de sí mismo, una filosofía correcta de la vida; el hábito de perfeccionamiento individual, sin esperar que sea la Institución la responsable de su perfeccionamiento intelectual para seguir ascendiendo en su carrera naval; establecer personalmente metas y fines claros, pero con horizontes abiertos e ilimitados (en amplitud, profundidad e intensidad); la capacidad de reflexión y análisis sereno de los problemas; la creatividad y la iniciativa; etc.
Por otra parte, entre los rasgos de madurez emotiva podemos señalar: el saber reaccionar proporcionalmente ante los sucesos de la vida, sin dejarse abatir por el fracaso ni perder el realismo en el éxito; la capacidad de control flexible y constructivo de sí mismo; el saber amar, ser generosos y donarse a los demás; la seguridad y firmeza en las decisiones y compromisos; la serenidad y capacidad de superación ante los retos y las dificultades; el optimismo, la alegría y el buen humor.
Finalmente, como parte de la madurez social encontramos: el afecto sincero por los demás, el respeto a sus derechos y el deseo de descubrir y aliviar sus necesidades. Por otra parte, la Ordenanza de la Armada (Art 42) nos recuerda: “ser tolerante y respetuoso con las creencias, costumbres y tradiciones de cada región del país y de los países visitantes”
En cualquier caso, la madurez viene como un proceso que requiere tiempo, que pasa por distintos momentos y etapas. Suele crecer de una manera gradual, aunque en la historia personal pueda haber sucesos que impulsan a dar grandes saltos; por ejemplo, la venida al mundo del primer hijo marca un hito, al caer en la cuenta de lo que implica esta nueva responsabilidad; o, después de atravesar serios apuros económicos, una persona puede aprender a reconsiderar cuáles son las cosas verdaderamente importantes en la vida. De la misma forma, para que el “ethos naval” sea connatural al servidor, este requiere de un proceso de madurez.
Pasado, presente y futuro
El “ethos naval”, el modo de ser se refleja en: el pensamiento, la forma de actuar, en el cómo se cumplen las misiones y cómo se observa el futuro, que no se puede disociar de la historia, pues es necesario saber de dónde se proviene y hacia dónde se va.
Nuestra Institución nace en los albores de la Patria ante una necesidad natural de defensa. O’Higgins comprendió tempranamente que, por las características físicas del país y su apertura hacia el Pacífico y Magallanes, era necesario contar con una fuerza naval que pudiese detener invasores, así como resguardar el incipiente comercio internacional, clave para el futuro desarrollo del país; conceptos que se mantienen hasta hoy.
Posteriormente, la impronta de Cochrane y Blanco Encalada, entre otros, fue fundamental para forjar la tradición de victoria que se mantiene hasta nuestros días. Sus acciones marcaron profundamente el inicio de lo que sería una senda de éxitos navales durante los conflictos, y del sentido de que no existen imposibles en el cumplimiento de las tareas, concepto que ha sido el motor que ha empujado a la Marina y sus dotaciones durante poco más de 200 años, formando parte del núcleo de los valores institucionales.
El camino que construyó a la Marina actual no fue fácil; la escasez de recursos fiscales, la falta de visión marítima por parte del Estado y la poca comprensión de la real magnitud de su contribución al desarrollo del país significó que, a pesar de haber demostrado la importancia de contar con una fuerza naval organizada, esta fuese desmantelada cada vez que desapareciera la amenaza, obligando a reconstituirla cuando se presentaba un nuevo adversario. El efecto más representativo de esta carencia fue el bombardeo que sufrió Valparaíso y la casi total aniquilación de la flota mercante nacional el año 1866, por parte de una flota española.
Se evidencia una constante en el tiempo: su contribución al desarrollo del país ha ido mucho más allá de su tamaño y capacidades, incorporando, por ejemplo, el estrecho de Magallanes e isla de Pascua al territorio nacional; explorando los canales australes, buscando la conectividad del país hasta el extremo sur, logrando, además, mantener una presencia permanente en la Antártica y en territorios insulares, otorgándole al país su característica tricontinental.
Si bien la segunda mitad del Siglo XX fue un período austero que obligó a depender de material de segunda mano y con escaso acceso a tecnologías de primera línea, también develó una faceta positiva; la escasez produjo necesidades que fueron parcialmente corregidas con ingenio y esfuerzo por parte del personal, permitiendo desarrollar soluciones nacionales que suplieron la dependencia de material foráneo, incorporando esa característica al “ethos naval”.
Hoy el país cuenta con una Institución con presencia importante en el quehacer nacional, no solo en la defensa, sino que también en el ámbito marítimo, incorporando capacidades como vigilancia oceánica, proyección de poder a tierra, interoperatividad con marinas de primer orden y capacidades que le permiten ir en auxilio de otros chilenos cuando ocurren catástrofes naturales.
El presente y futuro de toda institución es, sin lugar a duda, producto de un pasado, ya que desde su origen se va configurando una identidad propia, el ethos naval, cuya autodefinición le ayuda a proyectarse y a enfrentar los cambios constantes que genera cada periodo de la historia. La Armada de Chile, como una Institución de carácter nacional, no está ajena a este hecho y se conecta con los hombres y mujeres que, en diferentes períodos de la historia de Chile, desde antes de su descubrimiento por los europeos y hasta el presente, han optado por la defensa y grandeza de la patria que los une.
La tradición
“La tradición no solo representa su memoria histórica, sino también y sobre todo la manera como se enfrenta al futuro: sus expectativas y los sucesos para afrontar los retos, que su logro conlleva”. (Llano, 2014) Sin tradición no hay progreso, pues es un componente de la propia tradición. Una comunidad solo se constituye sobre la base de un sentir común acrisolado por los años, de unas valoraciones que han sido contrastadas en la práctica, de una experiencia muchas veces revisada y corregida si fuese necesario, que se transmite de generación en generación. Son el conjunto del saber, de los puntos de referencia, de la experiencia que constituye una herencia.
Esa transmisión permite comprender el significado del mundo y de uno mismo que se manifiesta y clarifica en una relación, en una mediación que es lenguaje, comunicación, historia y tradición; en una palabra, cultura. El acervo común de las tradiciones, la mirada llena de admiración de aquellos que los antecedieron, los grandes acontecimientos que han marcado el compás de la bicentenaria Institución que se transmiten de generación en generación. Aquello que se transmite es la cultura, componente esencial para configurar el carácter. La persona es, por naturaleza, un ser de cultura: es a través del encuentro con lo que otro le transmite como lleva a cabo su humanidad, pues se necesita recibir lo que complementa las facultades. En resumen, la cultura incrementa las propias capacidades y permite reconocer lo que son: servidores de una gloriosa Institución (Bellamy, 2018).
Palabras finales
Podemos afirmar que el “ethos naval” es el conjunto de rasgos y costumbres que conforman el carácter de los servidores navales que se distinguen del resto de los connacionales. Radica en las personas y se nutre de la historia, las tradiciones y del medio en que se desenvuelve. El carácter es el destino y, ese, se encuentra en el mar.
Los principios rectores del “ethos naval” están contenidos en la Ordenanza de la Armada. Dichos principios se sintetizan en el “Código de Honor”, un decálogo que contiene las virtudes cardinales, el principio de probidad y los valores institucionales. El bien al cual tiende el “ethos naval” es siempre la paz, sin perder de vista que el imperativo último de la guerra es crear las condiciones para una paz duradera, una vez finalizado el conflicto.
Al igual que el proceso de madurez -intelectual, emotiva y social- requiere de tiempo, pasar por distintos momentos y etapas y crecer gradualmente, ocurre algo similar con la formación del carácter, para lograr la estabilidad y que tienda al bien. Para que el “ethos naval” sea connatural con los servidores navales, también requiere un proceso de madurez, y el cultivo de las virtudes para tender a alcanzarlo plenamente.
Las escuelas matrices tienen la gran responsabilidad de transmitir el “ethos naval” a sus alumnos, encendiendo el fuego interno en el alma de cada cadete y grumete. El ejercicio del mando requiere que los superiores lo difundan y cautelen en toda la escala jerárquica. En este contexto, lo decisivo es “la transmisión del fuego y no la adoración de las cenizas”. Finalmente, lo que denominamos “el estilo naval” resulta ser la manifestación tangible del “ethos naval”, por lo que habrá que tener siempre presente que la mejor enseñanza es el ejemplo, dado a través de una vida íntegra.
Bibliografía
Su construcción inicialmente respondía a otros fines, pero las circunstancias de un país y la audacia y proactiva visión...
De la Ordenanza de la Armada podemos inferir como una de las características del líder, la de infundir positivamente en ...
Versión PDF
Año CXXXX, Volumen 143, Número 1007
Julio - Agosto 2025
Inicie sesión con su cuenta de suscriptor para comentar.-