Revista de Marina
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  • Fecha de publicación: 01/04/2002. Visto 172 veces.
PÁGINA MARINA LA CICATRIZ Leonardo Fco. Fierro Espinoza * En el año 1996 me tocó realizar el XLI Crucero de Instrucción del BE Esmeralda, glorioso nombre para los que vestimos el azul uniforme de la Armada, como también, para todos los chilenos. Fue un crucero verdaderamente fascinante por sus singladuras, camaradería y aventuras marineras. ¿Cómo no recordar el cruce del canal de Panamá? ¿Las tropicales aguas del Caribe? ¿Las gélidas aguas de Canadá y de las costas escocesas? ¿El cruce a vela del mítico cabo de Hornos? Verdaderamente fue toda una aventura, que me hizo recordar particularmente la valentía, el arrojo y la audacia de los antiguos piratas que, en frágiles naves, surcaban estos vastos océanos. Al navegar con el velamen desplegado acariciado por los vientos favorables, vinieron a mi memoria las novelas de infancia leídas en aquellas tardes invernales, con la incesante lluvia en los techos y el calor del hogar en el cuerpo; ahí llegaban el pirata Barba Negra, atacando un galeón o escondiendo en remota isla un suculento tesoro. Como parte de su itinerario de viaje, nuestro flamante velero arribó al puerto británico de Portsmouth, puerto con una tradición marinera centenaria. Cuantas expediciones partieron, cuantos zarpes a los mares del mundo, tantas despedidas y –algunas para siempre-; de todo esto fueron testigos estos molos y muelles. En este puerto se encuentra el HMS Victory, templo del heroísmo británico y monumento a su máximo héroe naval, el Almirante Nelson. Desde este puerto nos desplazamos a Londres, distante dos horas vía terrestre. Esta ciudad me cautivó; hay tanto que ver. Todo en Londres es historia; cada calle, cada edificio ha sido testigo de algún hecho relevante en la historia del que fuera un gran Imperio. Por publicaciones, reportajes y documentales de la televisión y también de oídas, sabía de la existencia del Museo de Cera Madame Thousseau; dama de origen francés, iniciadora de las réplicas –en cera inicialmente- de personajes importantes del pasado. Hoy en día, dichas réplicas son confeccionadas de un material especial de mayor consistencia y menos combustible en caso de algún siniestro. Existe gran cantidad de personajes del pasado más remoto, del pasado reciente y algunos contemporáneos. Están en los amplios salones un Enrique VIII, con su voluminosa humanidad; un Napoleón Bonaparte, con su pequeña estampa y ojos vivaces; un Mohamed Alí, en su plenitud física y boxeril; en fin, hay una amplia gama de personajes, héroes y celebridades de los más diversos campos del acontecer humano. En uno de los salones me encontré con la figura fiera de Sir Francis Drake, famoso pirata convertido en corsario de la reina Isabel de Tudor, en su lucha en contra del Imperio español de Felipe II. Ahí está la figura del mismo Drake de las correrías por las aguas del Pacífico, Atlántico y mar Caribe; el terror de las fortalezas terrestres castellanas desde las costas de Chile hasta Panamá; intrépido asaltante de la flota peninsular. El mismo que navegó exitosamente por las aguas ubicadas al sur del cabo de Hornos en 1577, tormentoso mar que comunica el Cono Sur de América con el Territorio Antártico y que hoy lleva su nombre. Este temible pirata llegó a recibir el título de Sir o Caballero de la Corona Británica. Pero ustedes se preguntarán ¿A dónde conduce esta historia y del por qué de este preámbulo? La razón es la siguiente: hace algunos años, no recuerdo cuantos, llegó a mis manos un libro titulado "Episodios Nacionales", cuyo autor no recuerdo. En sus páginas leí la siguiente historia de Drake, en sus correrías por las costas chilenas: Luego de su larga travesía por los mares australes, una de sus naves fondeó en la isla Mocha; bajaron a la playa unos botes, obviamente que no fueron bien recibidos por los naturales, los indómitos mapuches. Este encuentro concluye con una feroz escaramuza, resultando muertos algunos aborígenes y a mal traer algunos marineros. Entre los heridos se encontraba Drake al que una rauda flecha le dejó una larga y profunda cicatriz en su rostro. Sin duda que dicha marca la llevó toda su vida, la cual no ocultaría su barba bien cuidada. Aquella herida sería, sin duda, un mal recuerdo de estas lejanas y salvajes tierras. Pero ¡oh sorpresa! Acercándome a su rostro busqué aquella cicatriz en la ruda faz del corsario; su rostro estaba limpio y sano, ni huella de la incisión en su mejilla. Me pregunté, si esta herida de guerra realmente existió, no podía haber quedado estampada en esta figura exhibida por el Museo; el realizador no podía minimizar la estampa de este conocido marino que sólo supo de triunfos, grabándole en su cara aquella marca. Creo que el orgullo británico no permitió mostrar a Sir Francis Drake en tales condiciones. Lo que es a mí, ha quedado grabada la imagen de Drake, esa que saqué del relato de antaño. Al igual que al leer una novela, por ejemplo, del gran Julio Verne, luego de disfrutarla y crear con la imaginación la caracterización de cada personaje y ver más tarde la versión cinematográfica, no es lo mismo. Por tanto, la imagen de Drake que guardaré siempre, no es la del Museo londinense, sino la de aquel libro de mi niñez, el que narraba la historia de la cicatriz. * Capitán de Corbeta RL. Capellán Naval.

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