Revista de Marina
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  • Fecha de publicación: 01/02/2002. Visto 20 veces.
PÁGINA MARINA GUATITAS Hugo Alsina Calderón * El año 1945, el remolcador de alta mar que acompañaba a la Escuadra, era el Sibbald, una vieja nave a carbón muy notable por sus dos altas chimeneas. Allí llegué transbordado después del incendio de la fragata Lautaro, frente a la costa del Perú, y de haber hecho algunos días de permiso para pasar el tremendo shock emocional derivado del accidente. Me correspondió el cargo de 2º Comandante y encargado del rancho del buque, así es que llamé al cocinero y le di las instrucciones del caso: comida buena, sana, lo suficientemente abundante para que nadie quedara con hambre, muy bien preparada y ... especialmente que no fuera a cocinar guatitas, porque no las podía tolerar, debido a su aspecto y olor característico. Zarpamos con la Escuadra al norte, a las famosas "escuadrillas" en puerto Aldea, dos meses de monótona rutina sin bajar a tierra. Todo el mundo ya andaba con una fuerte dosis de "cafar", como se llamaba a bordo al ahora conocido "estrés". Llegó la hora de almuerzo de un día normal, y para mi desgracia, el plato principal eran las aborrecidas guatitas. A la llamada de las 13,30 horas para trabajos, llamé al cocinero y después de recordarle mi capricho, se le aplicó 48 horas de arresto, las que cumplió efectivamente por continuar el buque en puerto Aldea, localidad deshabitada donde no se bajaba a tierra. Después de retirarse el cocinero se devolvió y me dijo: mi teniente y si yo le preparo las guatitas de manera que Ud. no se dé cuenta ¿qué me toca? Yo le contesté muy serio, aunque en el fondo me sonreía: 48 horas de permiso. Me miró y agregó con picardía; muy bien, pero en Valparaíso, a lo que asentí con la cabeza. Siguieron los duros días de entrenamiento, zarpes a ejercicios, inclinación y control de tiro con tubos sobre blanco remolcado, y la infaltable entrega de agua dulce a todos los buques, por lo este episodio pasó al olvido. Sin embargo, llegó el día en que con voraz apetito nos sentamos a almorzar y el plato de fondo era una hermosa y sabrosa torta pascualina de espinacas con carne molida. Me repetí con gusto un segundo plato y a la llamada llamé al cabo cocinero para felicitarlo. Me miró y me dijo: ¿le gustaron las guatitas, mi Teniente? Ante mi asombro me explicó que había molido las guatitas, las había desaguado para quitarles ese olor característico y las había mezclado, bien condimentadas, con espinacas, para despistar. Lo volví a felicitar por su ingenio, me miró con cara de inocente y me recordó las 48 horas de permiso, agregando: eso si que en Valparaíso. El cocinero se había ganado muy merecidamente esas 48 horas de permiso en Valparaíso, las que disfrutó cuando fondeamos en el puerto base. Fue un verdadero agrado, cumplir en esta forma, con la palabra empeñada. * Capitán de Navío. Destacado Colaborador, desde 1982.

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