Revista de Marina
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Chile y Estados Unidos: 200 años vinculados por la excepcionalidad

  • ANDRÉS VARELA RUIZ

Por ANDRÉS VARELA RUIZ

  • Fecha de recepción: 02/08/2023
  • Fecha de publicación: 22/08/2023. Visto 217 veces.
  • Resumen:

    La relación diplomática de Chile y Estados Unidos ha tenido altos y bajos. El siglo XIX fue particularmente tenso. Ambos países, guiados por las ideas de progreso y poder, enfrentaron sus intereses en el Pacífico Sur. Las diferencias no fueron casualidad; ambas naciones tenían rasgos de excepcionalidad, posicionándolas como lideres dentro de América. Orden institucional y visión de política exterior son elementos comunes que dan cuenta de esa excepcionalidad; se enraízan profundamente en sendas identidades nacionales, proyectando más puntos de encuentro que de divergencia.

  • Palabras clave: Poder, política, poder, Progreso, orden, excepcionalidad.

Se cumplen 200 años de relaciones diplomáticas entre Chile y Estados Unidos (1823). Es un vínculo que goza de una historia que data prácticamente de los albores de ambas naciones, pero cuya mayor intensidad y tensión recorre prácticamente todo el siglo XIX, producto de una histórica disputa por conseguir una posición de liderazgo en el área del Pacífico Sur.

Hoy, las relaciones entre ambos países se encuentran en un excelente pie, con un amplio número de intereses comunes, en los ámbitos político, económico y cultural. Además, cabe destacar el sólido nexo entre la US Navy y la Armada de Chile, afianzado por años de cooperación y amistad. No obstante, y como ya se mencionó, la historia del siglo XIX marca ciertas diferencias con la realidad presente. Durante ese siglo las ideas reinantes de progreso y consolidación del poder dictaban las acciones de nacientes naciones como Estados Unidos y Chile, y su consecuencia lógica se manifestó en una competencia geopolítica en el Pacífico Sur.

Si las ideas de progreso y poder actuaron como el motor de una relación simétrica entre Chile y Estados Unidos como potencias medias durante la mayor parte del siglo XIX, deben también existir otras categorías que hayan servido de base para que estas dos naciones estuviesen a la lid del continente americano, compitiendo por un rol gravitante en el Pacífico; deben coincidir ciertas “excepcionalidades” capaces de crear un carácter nacional vigoroso; dispuesto a asumir un papel activo en sus áreas de influencia. Este ensayo busca identificar cuáles podrían ser esos elementos constitutivos excepcionales presentes en ambos países, objeto resaltar su valor como principios permanentes y atemporales, más predispuestos a fortalecer los lazos que a desatarlos.

Siglo XIX: La búsqueda de progreso y poder

El siglo XIX fue tremendamente dinámico. En él se despliegan, a escala mundial, los intereses nacionales, tanto de las potencias vigentes como de las nuevas naciones. El avance de la ciencia y la tecnología servían al hombre para multiplicar sus posibilidades. Esta realidad creó un campo de competencia abierto entre las naciones. Es el siglo de la consolidación de la primera revolución industrial y del nacimiento de la segunda; del descubrimiento de los combustibles fósiles, y de la invención de la electricidad. Junto a lo anterior, es un siglo marcado por disputas territoriales entre países que aun buscaban afianzar sus fronteras, o bien que intentaban establecer colonias desde las cuales obtener materias primas; en fin, es un período dominado por la idea de progreso, y para que esta idea adquiriese vida, se requería necesariamente que ella actuase de la mano de otra idea: la del poder.

Imagen: pintura "American Progress" de John Gast (1872) 

simboliza la expansión de EE.UU. hacia el Weste, inspirado por el Destino Manifiesto 

(Fuente Wikmedia Commons)

Para lograr el progreso en el marco del concierto de las naciones, los Estados necesitaban acumular y aplicar su poder, es decir: ejercer su influencia sobre otros para realizar la voluntad propia. Este es el contexto histórico en el cual se desarrollan las relaciones entre Chile y Estados Unidos; Cada uno de estos países actuó, en relación con el otro, en virtud de sus intereses, y ambos lo hicieron desde una condición de excepcionalidad. ¿Cuáles serán los méritos para otorgarles tal cualidad? La historia nos muestra que ambos, cada uno sujeto a sus propias características geográficas, demográficas, culturales y políticas, lograron ciertas condiciones suficientes para establecer una posición de liderazgo dentro de la entonces periferia del sistema mundial; hablamos de dos en particular: un orden institucional y político estable y una visión de política exterior clara.

La excepcionalidad norteamericana: padres de la democracia moderna y dueños del destino manifiesto

La conformación colonial norteamericana creó los elementos constitutivos que confluyeron de forma prodigiosa para sentar las bases de la democracia representativa que hoy conocemos. Paul Johnson, en A History of the American People, propone que fue el espíritu y naturaleza de la creación, desarrollo e interacción de las primeras 13 colonias, por el cual se forjó una cultura política propicia para el desarrollo de instituciones robustas, además de la consolidación de una sociedad civil organizada y unida, que obraba en base a la convivencia y el intercambio de bienes y servicios. Fue la velocidad con que estos hechos ocurrieron, hacia mitad del siglo XVIII, lo que produjo que el fenómeno no encontrara mayor oposición por parte del poder sustentado por la corona inglesa, la que fue incapaz de percibir y regular la sinergia de la acumulación de poder de las colonias.

Si los Estados Unidos pudiesen ser catalogados, de manera coloquial, como los campeones de la democracia moderna, esto sería gracias al fruto del entrenamiento y del proceso de maduración de la práctica democrática y de la libertad de emprendimiento en igualdad de condiciones. Esta realidad fue posible gracias a cientos de años de deliberación en las asambleas coloniales electas, las que ostentaban de facto, igual o incluso más atribuciones legales que los gobernadores que representaban a la corona1.



Deliberación ciudadana en la House of Burgesses de Virginia (1765) (fuente: Wikimedia Commons)

Alexis de Tocqueville, Intelectual francés, autor de la Democracia en América. Una obra aguda sobre el espíritu de la democracia moderna (fuente Wikimedia Commons)


Otra excepcionalidad americana que contribuyó a la construcción de un sólido orden político es que las asambleas coloniales, a diferencia de Inglaterra, produjeron sus propias constituciones escritas2. Según Johnson: “El tener una Constitución inevitablemente hace pensar en términos de derechos, ley natural y principios"3.

En resumen, se podrá especular que el orden norteamericano nació de una espontaneidad quizás caótica, pero tal vez, por contar con sentido de propósito y espíritu4, logró al fin crear instituciones políticas y civiles virtuosas en el orden.

Tras la independencia en 1776, y entrado el siglo XIX, el fenómeno del orden democrático logró cimentarse con extraordinaria rapidez. La razón para ello la explica de manera asertiva Alexis de Tocqueville, quien, con una aguda capacidad de entendimiento del proceso democrático americano, fue capaz de comprender que la democracia norteamericana nacía de un “hecho generador"5: la igualdad de condiciones. Tal igualdad creó un “estado social” (la poderosa sociedad civil norteamericana) que permitió darse a si misma un régimen democrático ad hoc6. Consolidadas las instituciones estables del Estado, del desarrollo económico y de la sociedad norteamericana, quedaba señalado el camino y la dirección a seguir: avanzar territorialmente, llevando consigo el progreso, encarnado en la idea de “destino manifiesto”.

Hablar de progreso y de destino manifiesto es sinónimo de entrar en el terreno de la política de expansión norteamericana; otro aspecto de su excepcionalidad. Tras la promulgación de la doctrina Monroe (1823), la que en virtud de alejar la amenaza que representaba para su integridad territorial la restauración monárquica en Europa, consideraba como una agresión todo intento de intervención por parte de los europeos en el continente americano, Estados Unidos comenzó decididamente su expansión hacia las tierras del Oeste y el Sur, consiguiendo de paso su proyección oceánica hacia el Pacífico y Caribe. Si la doctrina Monroe obedecía en general a un concepto defensivo, también funcionó muy bien como una herramienta de despliegue territorial al ser invocada, siempre en nombre de la

Hablar de progreso y de destino manifiesto es sinónimo de entrar en el terreno de la política de expansión norteamericana; otro aspecto de su excepcionalidad. Tras la promulgación de la doctrina Monroe (1823), la que en virtud de alejar la amenaza que representaba para su integridad territorial la restauración monárquica en Europa, consideraba como una agresión todo intento de intervención por parte de los europeos en el continente americano, Estados Unidos comenzó decididamente su expansión hacia las tierras del Oeste y el Sur, consiguiendo de paso su proyección oceánica hacia el Pacífico y Caribe. Si la doctrina Monroe obedecía en general a un concepto defensivo, también funcionó muy bien como una herramienta de despliegue territorial al ser invocada, siempre en nombre de la seguridad nacional7.

James Monroe, quinto presidente de los Estados Unidos y autor de la Doctrina Monroe (fuente Wikimedia Commons)

Batalla de Chapultepec (1847), Guerra entre México y Estados Unidos (fuente Wikimedia Commons)


La excepcionalidad chilena: orden republicano y proyección hacia el Pacífico

A diferencia de la autonomía administrativa que gozaban las colonias norteamericanas, el caso de Chile fue radicalmente distinto. Previo a la formación del Estado Chileno en el siglo XIX, los años de la Conquista y Colonia estuvieron marcados por el férreo y centralizado control del aparato administrativo de la corona española. Existía una preclara jerarquía encabezada por el Rey, quien delegaba gran parte de los asuntos americanos en el Consejo de Indias, el cual, a su vez, tenía amplias atribuciones, abarcando asuntos eclesiásticos, civiles, militares y comerciales8; en las Indias, Virreyes y Gobernadores ejercían su autoridad.

Dado que el aparato burocrático del imperio español se mantuvo vigente y operando hasta inmediatamente antes del comienzo de los procesos independistas, las elites criollas no contaban con experiencia en el ejercicio democrático, en la forma que lo hacían las colonias norteamericanas, y esta carencia habría sido la principal causa de los años de anarquía y caudillismo que dominaron a la mayoría de las nacientes naciones sudamericanas durante casi todo el siglo XIX, a excepción de una: Chile; país que, tras un comparativamente breve período de luchas internas, alcanzó un orden político e institucional estable, sentando bases para un ascendente progreso económico y una posición influyente en la región del Pacífico Sur. La pregunta pertinente ahora es ¿Cómo llegó, la colonia más remota, precaria y belicosa del imperio español, a transformarse en una excepción frente a las demás naciones independientes de América del Sur?

La tesis de Mario Góngora, en su Ensayo sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX, es que precisamente por tales condiciones desfavorables Chile forjó gran parte de su identidad y carácter nacional. Haciendo frente a las adversidades, entre ellas, las constantes guerras que atravesaron la historia nacional, desde la Conquista hasta fines del siglo XIX “Chile ha sido, pues, primero un Estado que sucede, por unos acontecimientos azarosos, a la unidad administrativa española, la Gobernación, y ha provocado, a lo largo del siglo XIX, el salto cualitativo del regionalismo a la conciencia nacional"9.

Un carácter nacional fraguada al calor de las contiendas no es por sí solo el único y definitivo elemento para hacer de Chile un país con vocación de disciplina, organizado y políticamente estable. Como se ha dicho, las colonias españolas no tenían el rodaje democrático de sus homólogas del norte, por lo que sólo algo o alguien excepcional debía operar para conseguir la llave maestra del éxito institucional: el advenimiento del orden. En el caso chileno sería un alguien: Diego Portales. Es su acción – denominado por Alberto Edwards como “la ideología de Don Diego Portales"10- lo que en definitiva conseguirá para Chile su estabilidad política.

Góngora se refiere al “Estado Portaliano” para conceptualizar al espíritu que modeló y orientó a la república en el tramo histórico que va desde 1830 a 1891. En sus palabras (haciendo eco de la interpretación de Alberto Edwards en la Fronda Aristocrática): 

A partir de 1830 (…) el Estado nacional se consolida por largo tiempo. La interpretación de la historia chilena por Alberto Edwards, la idea de un Estado configurado desde entonces, gracias al pensamiento de Portales, es a mi juicio la mayor y mejor interpretación de la historia del siglo pasado: la génesis, el auge y la caída de la concepción portaliana estructuran, en la intuición de Edwards, el acontecer nacional desde 1830 a 189111.

Luego, si ya sabemos quién fue el genio que empujó la idea de orden en los albores de nuestra vida independiente – Andrés Bello merece una mención aparte- , es pertinente preguntarnos sobre cuál fue el método para traspasar citado orden al corazón de la realidad social de la nueva nación, toda vez que no existía una tradición de cultura republicana o democrática. Pues bien, esto sería posible echando mano a lo que estaba ya largamente disponible: el modelo de administración colonial. Edwards lo explica del siguiente modo:

La obra de Portales fue la restauración de un hecho y un sentimiento, que habían servido de base al orden público, durante la paz octaviana de los tres siglos de la colonia; el hecho, era la existencia de un poder fuerte y duradero, superior al prestigio de un caudillo o la fuerza de una facción; el sentimiento, era el respeto tradicional por la autoridad en abstracto, por el poder legítimamente establecido con independencia de quienes lo ejercían. Su idea era nueva de puro vieja; lo que hizo fue restaurar material y moralmente la monarquía, no en su principio dinástico, que ello habría sido ridículo o imposible, sino en sus fundamentos espirituales como fuerza conservadora del orden y las instituciones12.

Resulta prodigioso que en la figura de un solo hombre cohabitaran, al mismo tiempo, el espíritu de orden y la habilidad innata para llevarlo con sagacidad a la acción. Se podría llegar a especular que en el caso de Portales se encarnaron, en un solo individuo, cualidades de liderazgo que permitieron alcanzar para Chile- si bien por caminos o métodos distintos - resultados similares a los de estabilidad política, impulso económico y visión de política exterior ya presentes en los Estados Unidos. Portales logró afianzar el orden político, enmarcando a la nueva república dentro del ideal de orden colonial - ideario hecho propio por todos los siguientes gobiernos hasta la ruptura del 91 -, y actuando con la habilidad política suficiente para alinear a toda la elite nacional bajo aquel mismo propósito. Orientado muy probablemente por su condición de hombre de comercio, su accionar estuvo dirigido a crear un orden institucional suficientemente estable para dar base al impulso y apertura de la incipiente actividad económica del país, fórmula cierta para el progreso.

Ministro Diego Portales (fuente Wikimedia Commons)

Combate Naval de Casma, Guerra contra la Confederación Perú-boliviana.

Un orden político estable y una vocación económica activa se amalgamaron en una temprana visión de política exterior, lo cual significó que Chile mirara más allá de sus fronteras para el aseguramiento de su integridad nacional y progreso económico. Se requería proyectar el poder nacional hacia su área natural de influencia como era el Pacífico Sur – he aquí donde se produce la relación antagónica con los Estados Unidos a lo largo del siglo XIX-. No sería temerario decir que en Portales se condensaron ideas con resultados homólogos a las ideas de progreso y de destino manifiesto que iluminaron el movimiento de proyección norteamericano.

Resulta bueno el detenerse y constatar la importancia que jugó el poder naval entro de la concepción de política exterior de Portales y la relevancia de éste para la consecución de los intereses nacionales, particularmente como herramienta clave para la proyección de Chile hacia el Pacífico. Lo último queda de manifiesto con la reacción adversa y de sospecha por parte de Portales hacia la recién creada Confederación Perú-boliviana, ya que su sola conformación era vista por el ministro como una organización política más poderosa y gravitante, que ponía en riesgo la existencia misma de la nación chilena: "La Confederación debe desaparecer para siempre jamás del escenario de América"13.

Mario Góngora reafirma la importancia otorgada por Portales al poder naval como instrumento activo de la política exterior chilena cuando cita la carta de Portales a Blanco Encalada fechada en Santiago el 10 de septiembre de 1836:

"Las fuerzas navales deben operar antes que las militares, dando golpes decisivos. Debemos dominar para siempre en el Pacífico: ésta debe ser su máxima de ahora, y ojalá fuera la de Chile para siempre (...)"14.

Más adelante, y respecto a la misiva, Góngora señala: “Es posible que nunca haya sido visto con tanta claridad el destino de Chile, y a ese horizonte histórico de Portales correspondió precisamente al aseguramiento de la integridad territorial y a la expansión comercial marítima de Chile en el siglo XIX"15.

Reflexión

Los hechos históricos confirman de facto que, en un principio, las relaciones entren Estados Unidos y Chile fueron tensas y ensombrecidas por la desconfianza, particularmente en el siglo XIX - baste recordar el caso del Baltimore, el que nos acercó peligrosamente a un conflicto armado-. Al mismo tiempo es preciso comprender que tales desavenencias fueron una consecuencia esperable entre dos nacientes Estados con vocación de progreso y poder, cuyos intereses se cruzaron inexorablemente en el Pacífico.

Si sólo atendemos a los hechos históricos negativos (ocurridos discrecionalmente tanto en el siglo XIX como también en el XX) bien podríamos quedarnos con la percepción que, a lo largo de la historia, la relación entre Chile y Estados Unidos no ha sido buena. Sin embargo, tal lectura no necesariamente tiene exclusividad histórica; ¿o bien como se explica que a lo largo de la historia larga hubiésemos también tenido momentos de encuentro y cooperación? ¿O que compartamos muy estrechamente un significativo número de valores, en el plano político, económico y cultural? La verdad suele ser polisémica y complementaria (un prisma con muchas caras develará varias verdades parciales a los ojos de distintos observadores en distintos planos, más la suma de todas las visiones integrará la verdad completa), y en tal sentido la sola narración histórica de los hechos, si bien necesaria, no es suficiente para explicar que nos une y que nos separa.

Si llevamos la mirada hacia las ideas profundas que fueron dibujando la identidad de estos dos Estados-Naciones; si sondeamos en busca de aquellas características inmateriales que, por distintos devenires, se fueron conformando como principios buenos y aptos para la consolidación exitosa de cada país; entonces veremos que en una capa honda de la historia – y no en la simple superficie de ella- existirán raíces que tienden más a unir que a desunir a Chile y Estados Unidos. ¿Cuáles son esas raíces comunes?: Las ideas de un orden institucional en forma y una política exterior con objetivos claros. Ahí la trascendencia de continuar fortaleciendo esta relación, en torno siempre a la tradición de las ideas centrales que dieron cuenta de la excepcionalidad chilena y norteamericana.

Bibliografía

  1. Bernal Meza, R. (1996). Evolución histórica de las relaciones políticas y económicas de Chile con las potencias hegemónicas: Gran Bretaña y Estados Unidos. Estudios Internacionales, 29(113). https://doi.org/10.5354/0719-3769.1996.15311.
  2. Edwards, A. (1928). La Fronda aristocrática en Chile, 17ava. Edición, Editorial Universitaria, Santiago, 60.
  3. Góngora, M. (1981). Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX, 7ma. Edición, Editorial Universitaria.
  4. Gutiérrez, S. En Revista de Marina Año CXXXV, Volumen 137, Número 976.
  5. Johnson, P. (1999). A History of American People, 1era. Edición, Harper Perennial, New York.
  6. Manent, P. (2018). Tocqueville y la naturaleza de la democracia, 1era. Edición, IES, Santiago.
  7. Office of the Historian, foreing service institute, us department of State. https://state.gov.
  8. Sater, W.(1990). Chile and the United States: Empires in Conflict, 1ra. Edición, Athens & London.
  9. Sexton, J. (2011). The Monroe Doctrine: Empire and Nation in Nineteenth-Century America. 1era. Edición, Hill and Wang, New York.
  10. Villalobos, R., Silva, O., Silva, F., Estellé, P. (1974). Historia de Chile, 11va. Edición, Editorial Universitaria, Santiago.
  11. Voegelin, E. (2006). La nueva ciencia de la política, 1era. Edición, Katz, B.Aires.

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